La Vieja Historia del Rechazo a Dios y a Su Providencia

Victor B. García

Los paganos e incrédulos nunca han creído que haya un Dios de providencia que lo gobierna todo con sabiduría, poder y gracia. Ellos tienden a pensar que sino pueden comprender algo es porque no existe o existe sólo de acuerdo a su percepción y teorías. 

Esta actitud es común a todos los conceptos paganos que han existido: el ateísmo (la negación de Dios), el politeísmo (la adoración a múltiples dioses), el agnosticismo (la idea de que es imposible conocer a Dios), el panteísmo (la noción de que todo en la naturaleza es dios) y el deísmo (la idea de que Dios es indiferente a su creación).

Dos ejemplos de la filosofía de los paganos sobre la providencia de Dios son la filosofía de Aristóteles y la de los Epicúreos. Aristóteles, el príncipe de los filósofos griegos, vivió 300 años antes de Cristo. A pesar de su brillante lógica, la única explicación que pudo dar del origen del mundo fue un principio que él llamó “el motor primero,” que para él era Dios, un ente que no podía pensar en otra cosa más que en sí mismo por que era demasiado perfecto para ocuparse de su creación. Un Dios ajeno a su creación.

Por su parte, los Epicúreos, un movimiento filosófico griego fundado antes de Cristo, reconocía la existencia de un Dios pero lo excluía de los asuntos del mundo diciendo que si Él tuviera que gobernar su creación seria infeliz pues el trabajo de gobernar lo mantendría turbado. Para ellos la creación y los hombres eran gobernados por fuerzas mecánicas naturales.

Todas estas ideas son viejas; sin embargo, son esencialmente las mismas que muchos científicos y filósofos modernos sostienen hoy día, provocando el mismo efecto pernicioso de hacer que la gente vea a Dios como un ser ajeno o inexistente sin importancia para la vida practica.

El siglo 20 fue una época fértil para los infieles. El Francés Jean Paul-Sartre, por ejemplo, fue un influyente pregonero del rechazo a Dios y su providencia. Él insistía en que aunque Dios existiera sería necesario rechazarlo porque la idea de Dios le roba al hombre su libertad. Otro fue Alberto Camus, también de Francia, quien proponía lo que él llamaba “ateismo heroico” que consistía desafiar con arrogancia a Dios y volcar todo el amor y la preocupación de que uno es capaz sobre la humanidad, olvidándose de Dios.

Lamentablemente, la gran mayoría de los hombres de ciencia modernos se han alimentado con estas ideas y muchas de las más influyentes teorías científicas de nuestra época están fundamentadas en ellas, aunque digan basarse en hechos concretos. Una de estas teorías es la evolución que considera al hombre un animal que ha avanzado como producto de leyes naturales ciegas, y millones de años de casualidades. Otra es la teoría del Big-Bang que explica la creación del universo como producto de un accidente cósmico provocado por fuerzas naturales sin propósito. En todo esto Dios está ausente, y las presuposiciones filosóficas de los científicos nunca permitirían que Él fuera una posibilidad en la creación y gobierno de la creación.

Supuestamente, la controversia entre la ciencia, la filosofía y Dios es un asunto del intelecto, pero en realidad es un asunto moral y espiritual. Uno de los filósofos paganos más celebres, el gran orador Romano Cicerón, quien vivió cien años antes de Cristo, confirma esto cuando, contradiciendo la providencia de Dios, argumenta:

Si en verdad Dios gobierna su creación nos encontramos
bajo el ojo curioso de un vigilante eterno y debemos estar
temerosos día y noche. ¿Quién no estará atemorizado de
un espía infiltrado, de un Dios que lo provee, lo planea y
lo observa todo por que considera que todo le concierne?

Los paganos – antiguos y contemporáneos – se dan cuenta que si reconocen la providencia, esto les hace responsables ante el tribunal supremo de un Dios justo que registra todas sus obras, palabras, pensamientos e intenciones, y esto es para ellos un yugo imposible de soportar.

Este rechazo es antiquísimo. Lo vemos por primera vez cuando Adán al oír la voz de Dios se escondió de Él por que le tuvo miedo, un miedo que después se volvió hostilidad. De allí en adelante todos los que han rechazado la gracia de Dios, desde Caín, los Antidiluvianos, Nimrod, los de Babel, hasta los más celebrados pensadores contemporáneos también han negado su providencia.

De manera que la razón por la cual nuestra generación rechaza e ignora la Providencia de Dios es la misma por la cual lo hizo Caín, Nimrod, Aristóteles, Cicerón, Sartre, Camus, Darwin, Freud, Marx, Nietzche y todos los incrédulos de la historia y del presente, ya sean de barrio o de universidad. Y ésta razón es que ellos han escogido voluntariamente ignorar el testimonio de la creación, el de sus conciencias y el de la revelación del Dios verdadero.

Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a
Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en
sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido,
profesando ser sabios, se hicieron necios.” (Rom. 1.21-22).

¿Ejemplos de Amor Conyugal en la Biblia ? No Muchos, Pero Cristo Sí.

Víctor B. García

¿Cómo es el amor con que un marido debe amar a su mujer?  ¿Quién sería un buen ejemplo en la Biblia de ese amor? 

Adán no. Él desprotegió a su mujer de la serpiente y después la culpó por su pecado.  Abraham tampoco. Él, por miedo mintió dos veces sobre su relación con Sara poniendo en peligro su vida e integridad.  Isaac hizo lo mismo.  Jacob amó a Raquel pero su vida familiar fue un caos pues tuvo otras tres mujeres con cada una de las cuales tuvo hijos.

¿Quién podría darnos un ejemplo que inspire un poco más? ¿Moisés, de cuya vida matrimonial no sabemos casi nada?  ¿Job quien era un hombre justo pero tuvo una mujer impía por esposa?  ¿David o Salomón que se distinguieron por su poligamia?  ¿Samuel quien fue un gran profeta pero no se sabe qué clase de marido fue?  ¿Pedro cuya vida matrimonial es un misterio excepto que la Biblia nos dice que tenía suegra? 

Algunos buenos ejemplos podrían ser Booz que parece haber gozado una tierna relación con Ruth.  O José, el padre adoptivo de Jesús, quien actuó con verdadero liderazgo para proteger la integridad moral y física de María y a Jesús en su niñez. O Aquila quien vivía en armonía con Priscila aunque aparentemente ella era tan o probablemente más competente que él.  Otro podría ser Oseas quien fue capaz de amar y perdonar a su mujer a pesar de sus fornicaciones.  

Ciertamente, hay una gran escasez de ejemplos de maridos que amen a sus mujeres como Dios lo manda, no solo en la vida contemporánea sino en la historia bíblica.  Curiosamente, el apóstol Pablo, quien escribió los principios más sublimes e importantes sobre cómo un hombre debe amar a su mujer no era casado. Pero con todo eso, inspirado por el Espíritu, fue certero y supo escoger el mejor ejemplo. Él dijo que los maridos deben amar a sus mujeres así como Cristo amó a la iglesia.  

Cristo es el ejemplo y la medida del amor conyugal.  El amó y sigue amando a su esposa, la iglesia, con un amor sacrificial y transformador, con un amor fiel al pacto que hizo con ella.  El amor de Cristo por su esposa es un amor inquebrantable y persistente que no depende de las circunstancias, de los sentimientos ni del mérito y la dignidad de ella.  Es así como los maridos debemos amar a nuestra mujer.  Y es solamente en Él que podemos hacerlo. Por la gracia de Cristo los hombres podemos reflejar en el amor por nuestras mujeres, el amor de Cristo por su iglesia. 

Las Ideas Humanas Sobre el Amor de Dios

 Víctor B. García 
 
Dios es amor. Eso es fácil de entender.  La gente está de acuerdo con esto y le agrada pensar en ello aunque ignore o dude muchas otras cosas acerca de Dios.

La idea de un Dios amoroso es muy difundida y aceptada en la cultura popular. Al mismo tiempo, la idea de un Dios santo, soberano, justo cuya ira es temible es intensamente rechazada.  Estas cosas son consideradas incompatibles con un Dios bueno y amoroso. Suenan mal, rudas e ignorantes, y la gente las resiste a pesar de que la Biblia habla claramente de ellas.  El resultado de esto es que el amor de Dios como la gente se lo imagina no es el amor del Dios de la Biblia; es una idea fragmentaria, trivial y desfigurada.   

¿Por qué esa tergiversación del amor? ¿Y por qué tanta controversia con la santidad, la justicia, la soberanía y la ira de Dios?  Brevemente se puede citar estas razones:

1.    Las corrientes culturales
El pluralismo, la tolerancia y la igualdad social son los conceptos predominantes de nuestra época.  Las encuestas muestran que la gente difícilmente piensa en Dios como rey, especialmente un rey soberano con autoridad suprema sobre sus vidas; mucho menos piensan en El como juez. 

Ellos prefieren pensar en un amigo cordial, complaciente y democrático que se adapta a sus inclinaciones y conceptos.  La gente suaviza el carácter de Dios de acuerdo al panorama placentero que la cultura del consumismo, el entretenimiento y la psicología de la autoestima han creado.  Con el estimulo de Hollywood y de los medios masivos de comunicación nuestra cultura rechaza la realidad de que Dios es Dios y no puede ser reducido a nuestra experiencia, sentimientos o lógica natural.

Ciertamente, las cosas terribles que suceden en nuestro mundo como las guerras, las masacres, las injusticias, los desastres naturales, la pobreza y el terrorismo hacen que muchos cuestionen el amor de Dios y lo juzguen experimentalmente.  Ante estas cosas, el sentimiento y la lógica conducen a muchos a cambiar su forma de concebir a Dios; a otros los conduce al ateismo o la indiferencia.  Ellos no tienen interés ni la más minina noción real de las palabras de Isaías acerca de la incompresibilidad de los caminos y la mente de Dios:
Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni mis caminos vuestros caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos que vuestros pensamientos (Isaías 55:8-9).

2.    El repudio de las verdades bíblicas más fundamentales
No es difícil entender por qué creer en el amor de Dios es placentero mientras que sus juicios, su ira y su justicia resultan escandalosos e insoportables.  Es natural que el mundo quiera purgar los conceptos de Dios que les parecen severos para evitar sentirse incomodo y amenazado.  Lo sorprendente es que muchos cristianos, cuyo entendimiento debería estar bien informado por las Escrituras, han perdido el verdadero y más vital conocimiento de Dios de manera que su concepto no difiere mucho del de la gente del mundo. 

Esto tiene que ver con los predicadores.  Las encuestas y la experiencia indican que los sermones más populares y abordados en los púlpitos modernos giran alrededor de temas sobre cómo vencer las ansiedades, la depresión y el temor, cómo mejorar las relaciones familiares y laborales, cómo aumentar la autoestima y la satisfacción personal o cómo lograr la paz, la sanidad interna y la prosperidad material, etc.  

Pero a la vez que los predicadores se ocupan de estas cosas evitan hablar de cuestiones que provoquen la ansiedad espiritual de sus oyentes como el pecado, la muerte, la eternidad del alma, la condenación eterna, el juicio y la ira de Dios.  Evitan hablar de la obediencia, la gracia santificadora y la auto-negación.  El rechazo sistemático y consistente de la totalidad de las enseñanzas escritúrales sobre Dios, producen, lógicamente, una visión distorsionada de su amor. De manera que tanto la gente del mundo como los cristianos que se exponen a ese tipo de predicación resisten al Dios revelado en la Biblia. 

Ese rechazo es una tendencia muy humana cuya raíz se encuentra en  el repudio de dos realidades fundamentales: la realidad del pecado humano y la realidad de la santidad de Dios.  Estos dos factores tan ofensivos para nuestra cultura son sistemáticamente rechazados por los hombres que quieren seguir refugiándose en su propio concepto humanista de un amor sentimentalmente satisfactorio pero desligado de la realidad de este Dios tan majestuoso que nos revela su verdadero amor en las Escrituras.  

Obviamente, cuando alguien se imagina que Dios no es otra cosa más que amor, su conclusión va a coincidir con la de la mayoría, pero va a chocar con lo que El revela en su Palabra.

Mientras tengamos vida, podremos discutir acerca de Dios, y estar a favor o en contra de sus atributos o su existencia. Pero la vida que disfrutamos y la mente que nos permite sostener esas discusiones se las debemos a que El, por su paciencia y misericordia, nos sustenta, aunque merecemos la muerte.

Dios es muy santo y nosotros le ofendemos grave y continuamente con nuestro pecado. Y la única razón por la que El nos prolonga la vida es por que es amoroso y misericordioso.  Si tu puedes entender esto conocerás y te deleitaras en el verdadero amor; el amor de aquel de quien la escritura dice:

Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.   Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:7-8)  

No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.   Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia sobre los que le temen.  Cuanto está lejos el oriente del occidente, Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.  Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. (Salmo 103:10-14). 

Los Enemigos Más Grandes y Cercanos a Nuestros Hijos

Víctor B. García 
La necedad está ligada en el corazón del muchacho (Prov. 22.15)
El muchacho consentido avergonzará a su madre (Prov. 29.15)
La vida esta llena de enemigos y peligros para el alma de nuestros hijos. Pero contrario a lo que el mundo piensa, los peligros que más los amenazan no vienen de la calle sino que se encuentran en su propia casa.  De hecho, esos peligros están con ellos desde que nacen y son lo más cercano que ellos tienen en su vida ¿Y qué hay más cercano a nuestros hijos que su propio corazón y sus propios padres? Es de allí de donde pueden surgir los dos más grandes peligros para el alma de nuestros hijos.  

¿Cómo es posible tal cosa? Como puede ser un niño un peligro para si mismo, ¿y como puede un padre llegar a ser lo más peligroso para el alma de ese niño? He aquí la respuesta:

1.  El niño es un peligro para si mismo si no aprende que nace con un corazón necio, engañoso y perverso:
Dios nos advierte sobre la realidad y el poder de ese peligro cuando nos dice, “la necedad esta ligada en el corazón del muchacho” (Prov. 22.15) y “engañoso es el corazón mas que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17.9).  Es decir que el niño, desde que nace, viene inclinado a ser necio, egoísta, rebelde y espiritualmente insensible.

Ningún niño necesita malos consejos, malas influencias o malas amistades para ser desobediente y mentiroso. El ya nace con esas tendencias y con la capacidad de ser así.  Eso le brota naturalmente.  Por esa razón, estrictamente hablando, no hay “niñitos buenos.” Hay niños más tranquilos, más dóciles y mejor portados que otros, pero ninguno hay que sea “bueno” en el sentido espiritual, porque a todos, incluyendo a los mejor portados, se les aplica la verdad de que la necedad esta ligada en sus corazones.  Pablo dice, “no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3.23) y David reconoció, “en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51.5).

Cuando un niño no es conciente de estas realidades y no es equipado para contrarrestar la fuerza pecaminosa de su corazón, él se convierte en el peligro más grande  que pueda haber contra su propia alma. Un niño sin esa conciencia y sin la instrucción debida no temerá a Dios, no respetara a sus padres, ni tendrá consideraciones para nadie excepto cuando le convenga, será un niño consentido, y la Escritura dice, “El niño consentido avergonzara a su madre” (Prov. 29.15).

2.  Los padres son un peligro para los niños si son pasivos en cumplir el mandato de criar a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor
Hay padres peligrosos por que abusan de sus hijos corporal, emocional o sexualmente; otros por que son irresponsables de las necesidades materiales y emocionales de sus hijos.  Pero no se necesita ser un padre degenerado o irresponsable para ser peligroso. Basta con ser espiritualmente pasivo, con no ocuparse del alma de los hijos, con no disciplinarlos, con negarse a corregir sus malas acciones, y con no comunicarles e implementar en sus vidas las verdades de Dios.

Todos los padres dicen que aman a sus hijos. Pero con frecuencia su amor es ese amor sentimental que brinda al niño regalos materiales y bienestar físico pero que descuida inculcarle la disciplina y el temor de Dios; y ese amor es peligroso pues descuida lo más esencial. De acuerdo a la Palabra de Dios ese no es amor sino aborrecimiento: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo castiga” (Prov. 13.24).

El padre que dice que no puede castigar a su hijo, que no lo puede controlar, que no puede hablar con él, que no le puede enseñar, ese es un padre que ha claudicado de su responsabilidad y ultimadamente se constituye en un peligro para su hijo. ¿Cómo? ¿Por qué? Por que teniendo la encomienda, la autoridad y el poder para proteger a su hijo, lo está desamparando y entregando a las fuerzas destructivas de la ignorancia espiritual y la rebelión.  Los niños no solo son frágiles e ignorantes sino que están infectados por el pecado original, inclinados a lo malo, por eso Dios los pone bajo el cuidado de padres para que estos los protejan, los instruyan y los disciplinen.

Un niño sin instrucción será victima de los peligros de la calle—las malas amistades, la impureza sexual, la droga, la violencia o el paganismo. Sin embargo, antes de caer en las garras de esos enemigos, ya fue victimizado por una mala instrucción paternal.  Criar a un hijo sin la instrucción bíblica es como enviar un explorador a la montana sin brújula, sin mapa y sin provisiones o un soldado a la batalla sin armas ni equipo adecuado. Es en este sentido que los padres se pueden constituir en un peligro para sus hijos.  

Cualquier hijo puede desviarse cuando ya tiene la edad de decidir por sí mismo aun si ha sido instruido y criado correctamente.  Pero si el niño se arruina y se desvía por la negligencia de los padres, esos padres se constituyeron en el mayor peligro para sus hijos.

¿Como combatir y evitar esos peligros? La Biblia nos da estos consejos:
  • No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara no morirá. Lo castigaras con vara y libraras su alma del seól (Prov. 22.13).
  • Corrige a tu hijo y te dará descanso, y dará alegría a tu alma (Prov. 29.17).        
  • Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no apartara de el (Prov. 22.6).
  • Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza, no te hagas cómplice de su muerte (Prov. 19.18 NVI).
  • Criad a vuestros hijos en la disciplina e amonestación del Señor (Ef. 6.4).

La Raiz de la Familia Deforme

Victor. B. García
La familia es el primero, el mejor y el original
Departamento de Educación, de Salud y de
Bienestar que existe (Michael Novak) 
Christy Cordero y Estephen Toomey viven juntos. Quieren amarse, respetarse y tener un bebe; lo que no quieren es casarse. Ellos están comprometidos a no hacer ningún compromiso.  “No queremos que nuestra relación se base en una falsa sensación de seguridad,” dijo Estephan al USA Today. “deseamos animarnos, amarnos y respetarnos mutuamente y no necesitamos licencia para eso.”  Ellos buscan compañía, sexo y los beneficios del matrimonio pero sin la responsabilidad ni las demandas.  

Cada vez, crece más el número de gente que piensa como Jenny y Estephan, lo cual nos muestra hasta donde nuestra sociedad ha perdido el entendimiento de lo que es la familia y su propósito.  Irónicamente, mientras mucha gente heterosexual como Christy y Estephen desprecian el matrimonio, los homosexuales tienden a defenderlo. ¿Por qué? Porque quieren lograr la legalización de sus matrimonios.

Por supuesto, los homosexuales tienen su propio concepto del matrimonio, el cual no tiene que ver con la reproducción sino con una relación “estable y amorosa.” Para ellos el matrimonio heterosexual no es el único tipo de matrimonio que existe sino uno más entre otros.  En la verdadera familia, dicen ellos, no importa de qué sexo sean “los esposos,” lo que importa es el amor.

Siguiendo esa línea de pensamiento, en 1990 la Junta de Educación de Nueva York quiso introducir a su currículum dos libros titulados “Heather Tiene Dos Mamás y “El Compañero de Cuarto de mi Papá” los cuales hablan de parejas homosexuales con “hijos.”  Su propósito era que los niños criados por homosexuales o lesbianas se sintieran bien y que los demás niños aprendieran que un matrimonio homosexual es igual que un heterosexual.
Gracias a Dios, debido a las protestas de muchos padres, los libros no llegaron a ser usados. Pero los defensores de la causa homosexual no se han detenido en sus esfuerzos por cambiar el concepto de lo que es la familia.

A pesar de que gente como Christy y Estephan tienen un aprecio cada vez más raquítico por el matrimonio—si no es que ya lo perdieron del todo—y de que los homosexuales radicales luchan por cambiar el concepto y las leyes sobre el matrimonio, estas cosas no son la raíz del problema. Son sólo un síntoma.      

Hace algunas cuantas décadas atrás, se comenzó a oír la voz de los “expertos” que decían que había que rechazar los papeles sociales rígidos como el de esposo, esposa, padre o madre. Aquellos eran tiempos de rebelión contra las instituciones corruptas y fracasadas de la sociedad.  Eran también tiempos de cambios, algunos de los cuales fueron para bien social—como la eliminación de la discriminación racial—aunque lamentablemente muchos fueron para mal. Y entre lo más malo estuvo el abandono del concepto divino de lo que es una familia. 

¿Por qué el concepto natural y bíblico de la familia ha perdido tanto terreno desde aquellos días? Por la misma razón esencial por la que hoy sigue decayendo: Los hombres se han desligado de su responsabilidad como hombres y esto ha hecho que las mujeres reaccionen buscando “liberación,” y que los hijos se rebelen en masa refugiándose en las drogas y el sexo libre. Y así, la poca confianza que aun había en la familia se ha ido arruinando cada vez más. 

Si los hombres cristianos hoy día no buscamos la ayuda de Dios para ser fieles a su Palabra, para amar a nuestras mujeres y para instruir a nuestros hijos en la disciplina y amonestación del Señor, no hay esperanza para el futuro. La cohabitación sin matrimonio, la legalización del matrimonio entre homosexuales, la proliferación absoluta del aborto y las niñas adolescentes teniendo bebes sin padre será lo que domine nuestra sociedad y aun nuestras iglesias.  

Iglesias Alimentando Concupiscencias


Por JM

¿Puede la iglesia combatir la apatía y el materialismo alimentando la concupiscencia y el gusto de la gente por el entretenimiento? Parece que muchos creen que si, pues una tras otra, las iglesias se montan al vagón de los espectáculos cristianos. Esta lamentable tendencia ha hecho que muchas iglesias, que en otros aspectos son sanas, se alejen de las prioridades bíblicas.
           
Hay iglesias que construyen sus edificios como teatros.  En lugar de un pulpito tienen un escenario. Tienen grandes plataformas realzadas con luces y sonido, contratan especialistas en publicidad, consultores de espectáculos, directores de escenario, expertos en efectos especiales y coreógrafos.    
           
La idea es darle a la audiencia lo que le gusta; adaptar los servicios para atraer multitudes. Como resultado los pastores parecen más políticos que pastores, preocupados más por agradar al público que por guiar y alimentar espiritualmente al rebaño. La gente recibe un espectáculo refinado y profesional, donde el drama, la música popular y un sermón ligero constituyen el servicio de adoración. Pero el énfasis no es en la adoración sino en el entretenimiento.
           
Detrás de esta tendencia esta la noción de que la iglesia tiene que centrarse y existe para alcanzar a los incrédulos.  Por ello, las iglesias apelan a los consumidores de la misma manera que lo hacen la coca-cola, el cereal Frosted Flakes o la cerveza Miller Lite--usando estrategias de mercadeo para atraer al consumidor.   
           
Esa filosofía es el resultado de una mala teología. Es un sistema enraizado en una teología arminiana que ve la conversión como un acto de la voluntad humana lo cual requiere una presentación adecuada del mensaje para que la gente se salve. Su meta es una decisión instantánea no un cambio radical del corazón.
           
Esta corrupción del Evangelio, al estilo de los publicistas de Madison-Avenue, asume que el principal propósito de las reuniones de la iglesia es reclutar incrédulos. Por ello, muchas iglesias han abandonado la adoración como tal y han relegado la predicación a un culto secundario entre semana. Tal cosa se aparta de Hechos 2.24: “y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión unos con otros y en el partimiento del pan y en las oraciones.”  Hebreos 10.24-25 nos muestra el propósito y el requerimiento de las reuniones de la iglesia del principio: “considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y las buenas obras, no dejando de congregarnos como algunos tienen por costumbre.”  Note que la prioridad bíblica de la iglesia es adorar a Dios y edificar a los santos. La iglesia debe reunirse para adorar y edificarse, y luego salir para evangelizar al mundo.
Nuestro Señor comisionó a sus discípulos para evangelizar de esta manera: “Id y haced discípulos en todas las naciones.” (Mat. 28.19). Cristo enseñó claramente que su pueblo no se tiene que reunir pensando como atraer y agradar a los incrédulos.  La iglesia es la que debe ir al mundo, no el mundo a la iglesia. Esta es la responsabilidad de cada creyente. Me temo que los métodos que enfatizan la presentación de un evangelio atractivo al incrédulo en los cultos de adoración, absuelve a los cristianos individuales de su obligación personal de ser luz en el mundo (Mt. 5.16). 

Nuestra sociedad esta llena de gente que quiere lo que quiere cuando lo quiere. Esta gente tiene su estilo de vida, sus gustos y sus entretenimientos. Cuando las iglesias apelan a esos deseos egoístas, lo que hacen es estimular ese fuego y estorbar el desarrollo de la verdadera piedad. Las iglesias que usan esos métodos usualmente crecen bastante, mientras que las que no lo hacen tienen dificultades. Y muchos líderes, preocupados por el crecimiento numérico en sus iglesias son atraídos a esa filosofía del entretenimiento.

Consideremos lo que esta filosofía hace al mensaje del Evangelio. Hay quienes afirman que mientras los principios bíblicos sean presentados, no importa la forma en que se haga. Eso no tiene sentido. ¿Por qué no tener entonces un carnaval? Imagine un lanzador de cuchillos, vestido de payaso, lleno de tatuajes haciendo malabarismos con sierras eléctricas mientras grita versos bíblicos. Esto es un escenario grotesco, pero ilustra como es que la forma en que se hacen las cosas rebaja y corrompe el mensaje.   
           
Tristemente, eso no difiere de lo que actualmente sucede en algunas iglesias. Rockeros, salseros, vetriloquistas, payasos, contorsionistas y celebridades del mundo han sustituido al predicador. Y así el Evangelio es denigrado.
           
Tenemos que ser cuidadosos de armonizar nuestros métodos con los principios bíblicos y las profundas verdades espirituales que tratamos de transmitir. Es demasiado fácil trivializar el mensaje santo del Evangelio.

No te apresures a desear las tendencias de las súper-iglesias con alta tecnología y calidad artística y énfasis en la música. Y no menosprecies la adoración y la predicación bíblica y seria. No se necesitan métodos ingeniosos para que la gente sea salva (1 Cor. 1.21). Simplemente necesitamos retornar a la predicación de la verdad y dedicarnos a sembrar la semilla. Si somos fieles a eso, la tierra que Dios ha preparado producirá fruto.  

La Admirable y Pavorosa Ira de Dios

Victor. B. García

Jehová es Dios celoso y vengador; Jehová es vengador
y lleno de indignación; se venga de sus adversarios
y guarda enojo para sus enemigos (Nahúm 1.2)

Clemente y misericordioso es Jehová, Lento para la ira,
y grande en misericordia. (Salmo 145:8)  
La ira de Dios es terrible y admirable. No hay nada que pueda provocar tanta destrucción como ese enojo.  Dios mostró esto a Noé de una manera pavorosa. Primero le anunció la determinación de actuar con ira sobre el pecado: “He decidido el fin de todo ser…y he aquí que yo los destruiré con la tierra” (Génesis 6.13); luego cumplió su palabra haciendo venir el diluvio que trajo muerte y destrucción a sus contemporáneos.  
         
Lot experimentó aun más de cerca los efectos destructivos de la ira de Dios. Aunque fue librado de la muerte quedó marcado por el resto de su vida por la vergüenza, el miedo y el remordimiento. El supo lo que significan la palabras del profeta “es amarga la voz del día de Jehová” (Sofonías 1.14).  El sufrió la amargura de ver consumido por el fuego el fruto del trabajo de toda su vida; tuvo que escapar de la muerte en medio de llamas y cenizas pestilentes mientras la indignación divina rugía a sus espaldas.  Vio la muerte de sus vecinos, de los habitantes de Sodoma y Gomorra y de su esposa quien cedió a la tentación de mirar hacia atrás aunque Dios había mandado que no lo hicieran.  Sus hijas, aunque sobrevivieron, no se libraron de la corrupción moral y lo hundieron en miseria e ignominia cometiendo incesto con él después de emborracharlo.  Con razón Abraham al acercarse a la presencia de Dios lo hizo reconociendo que el no era sino “polvo y ceniza” (Génesis 18.27).
La ira y los juicios de Dios son terriblemente destructivos, sin embargo, siempre son absolutamente justos.  Dios no se enoja de manera pecaminosa, caprichosa o desproporcionada como lo hacemos los humanos.  Tampoco castiga o destruye nada ni a nadie que no lo merezca.

Jeremías reconoció esto en "Lamentaciones" el cual trata el juicio más terrible que sufrió Israel, la invasión de Babilonia sobre Jerusalén: “[Jehová] no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres…torcer el derecho del hombre delante de la presencia del Altísimo, trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba” (Lam. 3.33-34).

Los ángeles encargados de derramar las copas de la ira de Dios sobre la tierra dicen en el libro de Apocalipsis, “Justo eres tú, oh Señor, porque has juzgado estas cosas…tus juicios son verdaderos y justos” (Ap. 16.7).  Estos ángeles, siendo seres santos, inocentes y puros son los encargados divinos de derramar juicios terribles sobre la tierra.  Ellos convierten el mar y los ríos en sangre haciendo que muera todo ser vivo (Ap. 16.3-4).  


Sin embargo, siendo más puros, sabios y nobles que nosotros, estos ángeles no se escandalizan ante la severidad de los juicios de Dios.  Al contrario, ellos lo adoran.  ¿Por qué? Porque conocen la santidad, la justicia y la perfección de Dios y comprenden la gravedad del pecado con el cual los hombres afrentan su  gloria y majestad.  Ellos no tienen la más mínima duda en la justicia de la ira y los juicios divinos.   Acerca de esto dice J. I. Packer:

La ira de Dios es la reacción justa de su perfección moral contra la perversidad moral de sus criaturas.  Esta ira no es moralmente injusta y dudosa; lo que seria injusto y dudoso sería si Dios no mostrara su ira.  El no puede ser justo a menos que imponga sobre el pecado todo el castigo que merece.   

Pero el enojo de Dios no solo es admirable por su poder de destrucción y por su justicia perfecta. Es admirable también por la lentitud con la que se derrama sobre los hombres. Dios le habló de esto a Moisés cuando le concedió ver su gloria en el desierto: “¡Jehová, Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34.6).  

Dios le dijo a moisés que El es tardo para la ira porque su misericordia es muy grande.  Dios suele actuar más con paciencia y misericordia que con ira.  Por eso es inusual ver la manifestación directa de la ira de Dios.  Por eso antes de enviar el diluvio Dios lo estuvo anunciando desde los días de Enóc, cientos de años antes de que se derramara sobre la tierra.  Noé mismo fue comisionado a predicar sobre el diluvio por ciento veinte años y fue librado de la muerte. Igualmente fue librado Lot en Sodoma y Gomorra.  


¡Que verdaderas son las palabras de Jeremías: “Por la misericordia de Jehová que no hemos sido consumidos, por que nunca decayeron sus misericordias, nuevas son cada mañana”! (Lam. 3.22-23).

¿Y dónde más se puede ver la manifestación de esa misericordia que en la cruz, donde el Hijo de Dios sufrió la ira de Dios por los pecadores y desde donde ofrece gratuitamente su justicia, perdón y refugio a los que creen en El?  En la cruz El llevó las injusticias y los pecados de los culpables entregándose como un cordero inocente.  ¿Quién más puede ofrecer protección de la ira que vendrá a los que están sujetos a esa pavorosa realidad?  El sufrió esa ira y se puso bajo la maldición de Dios tomando nuestros pecados sobre su cuerpo sobre el madero. ¿Cómo podemos rechazar ese gran sacrificio?   Por esto dice Pablo:

Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.  Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida (Romanos 5:8-10).  

Ciertamente, Dios es admirable por la justicia de su pavorosa ira y la belleza de su infinita santidad.  Estas son tan admirables como lo son su amor y su misericordia.  Bendito sea Dios que es lento para la ira y grande en misericordia.  ¡Que gran motivo para temerle, adorarle y servirle con amor y reverencia! 

El Regocijo de Dios en su Creación

En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Génesis 1:1)
Alégrese Jehová en sus obras (Salmo 104:31)

Trate de imaginarse algo que viaja a más de trescientos mil kilómetros por segundo. Esa es la velocidad de la luz. Imagine esto otro: algo que está a más de veinticuatro trillones de kilómetros de nosotros. Esa es la distancia de la estrella Alfa Centauro, la más cercana a la tierra después del sol. La Alfa Centauro está tan lejos que su luz se tarda cuatro años en llegar a la tierra a la velocidad de 300 mil kilómetros por segundo. Así que el brillo que vemos hoy de esa estrella salió de allá hace cuatro años.

¿Sabe cuántas estrellas se pueden ver sin la ayuda de ningún aparato? Como mil doscientas. Con la ayuda de binoculares o un telescopio barato se ven más o menos tres mil trescientas. Y los científicos con sus poderosos telescopios pueden ver más de doscientos millones—y esto solo en nuestra galaxia, la vía láctea.

Hasta 1915 los astrónomos creían que la vía láctea era la única galaxia que había en el universo. En 1925, el astrónomo Edwin Hubble descubrió que existían otras galaxias que se extendían por más de seis millones de trillones de kilómetros más allá de la nuestra. El profesor Hubble probó que en el universo existía un número de galaxias tan grande como el número de estrellas que hay en nuestra galaxia. Según los astrónomos modernos el número de esas galaxias puede ser como de diez billones.

Esta asombrosa inmensidad, imposible de imaginar, es la creación de Dios. El la hizo así, inmensa, arquitectónicamente extraordinaria, colorida y hermosa. Cuando consideramos la maravillas de la creación desde la perspectiva del capitulo uno de Génesis con su relato metódico y descriptivo vemos la grandeza científica, matemática y arquitectónica del creador. Pero en el salmo 104, en lugar de una descripción metódica encontramos una contemplación emotiva y simbólica de la creación, como para mostrarnos la grandeza artística de Dios. Allí vemos a Dios alegrándose en su creación y deleitándose en hacerle bien aun a las cosas y seres más pequeños y minuciosos como las aves del cielo, los conejos y los peces del mar.

            ¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová!
            Hiciste todas ellas con sabiduría.
            La tierra esta llena de tus beneficios…
            Alégrese Jehová en sus obras. (Sal. 104.24, 31)

El Salmo 104 nos muestra a Dios jugueteando con su creación y disfrutando de ella. Lo vemos vestirse de magnificencia con su luz, habitando en ella como si fuese su casa, viajando sobre las nubes como si fuesen sus carruajes y usando a los vientos como sus mensajeros (versos 1-4).

También nos muestra la soberanía de Dios sobre su creación. Nos recuerda que fue El quien estableció los fundamentos de los cielos y la tierra y que es por sus leyes que ellas subsisten, y que El hizo todo como quiso (Versos 5-9, Sal. 115. 3).

Nos muestra cómo Dios cuida su creación con gozo y ternura. El manda los arroyos por entre los montes para que las bestias beban; hace las montañas para las cabras monteses y las peñas para que los conejos hagan sus madrigueras; le da savia a los árboles para que las aves canten entre sus ramas y hagan allí sus nidos. El fue quien creo la luna para que marque los tiempos y el sol para que alumbre y dé vida; hizo la noche para las bestias de la selva y el día para el trabajo del hombre; hizo el grande y anchuroso mar para que allí se muevan seres innumerables grandes y pequeños y las naves puedan navegar. Con razón dice el salmista:

            A Jehová cantaré en mi vida y a mi Dios cantaré 
            salmos mientras viva. Dulce será mi meditación
            en El; yo me regocijaré en Jehová (Sal. 104.33-34)

La distinción tan clara entre Dios y su creación contradice a los politeístas que tienen un dios para explicar cada fenómeno natural. Tanta gloria y majestad deja sin excusa a los ateos que dicen que no hay Dios. El cuidado minucioso de Dios por su creación invalida a los deístas que dicen que Dios no se ocupa de la tierra. La explicación clara de las Escrituras desmiente a los agnósticos que dicen que es imposible saber si hay Dios o no.

Y con tantas muestras de la bondad y sabiduría de parte del creador no hay excusa para que los científicos naturalistas sigan asegurando que el origen de la naturaleza es la casualidad, que ella se gobierna sola, que es nuestra madre y que Dios no hace falta.

Con razón, después de describir tanta maravilla, expresar tanta admiración y presentar tantas evidencias de la majestad, bondad, soberanía y sabiduría de Dios, inmediatamente antes de terminar con alabanza, el salmo expresa estas palabras de reprensión: “sean consumidos de la tierra los pecadores, Y los impíos dejen de ser” (Salmo 104:35).  (Contemple y regocíjese en las maravillas de Dios oprimiendo aquí)