Por Rosaria Champagne Butterfield
En 1999 Rosaria era profesora titular de Literatura Inglesa en la Universidad de Syracuse. NY, opositora al cristianismo y comprometida en una relación lesbiana permanente. Su especialidad académica era en el area de Estudios Feministas y "Queer Theory" (Teoría sobre personas que rechazan una identidad sexual tradicional). Hoy día ella es una cristiana convertida, madre de cuatro hijos, ama de casa y esposa de un pastor presbiteriano: Visite su página de internet aquí
Los incrédulos no "luchan" con la atracción hacia personas del mismo sexo. Yo no tenía esa lucha. Mi amor por las mujeres llegó sin ningún tipo de conflicto.
No siempre había sido lesbiana, pero al final de mis años veinte conocí a mi primer amante lesbiana. Me enamoré y creí que había encontrado mi verdadera identidad. El sexo con las mujeres llegó a ser parte de mi vida e identidad, aunque no era la única parte - ni fue nunca la parte más grande.
Como una profesora incrédula de Literatura Inglesa, promotora del postmodernismo y el post-construccionismo y oponente de toda meta-narrativa totalizante (como el cristianismo, según lo habría dicho en aquellos días) yo encontraba paz y propósito en mi vida como lesbiana en la comunidad LGTB (Lesbiana, Gay, Transgénero, Bisexual) que había ayudado a crear.
Conversión y Confusión
Fue solo después de que conocí a mi Señor resucitado que sentí vergüenza en mi pecado por mis atracciones y mi historia sexual.
La conversión trajo consigo un caos total de sentimientos contradictorios que iban de la libertad a la vergüenza. La conversión me dejó confundida. Aunque entendía con claridad que Dios prohíbe el sexo fuera del matrimonio bíblico, no era igual de claro lo que yo debía hacer con la compleja matriz de deseos y atracciones, sensibilidades y conciencia de mí misma que aun se agitaba dentro de mí y me definía.
¿Cuál es el pecado de transgresión sexual? ¿El sexo? ¿La identidad? ¿Cuán profundo debería ser el arrepentimiento?
Conociendo a John Owen
En medio de estos recién encontrados conflictos, un amigo me recomendó que leyera a un antiguo teólogo del siglo diecisiete llamado John Owen, en un trío de sus libros (ahora publicados juntos bajo el titulo Overcoming Sin and Temptation [Venciendo el Pecado y la Tentación]). Al principio me ofendió darme cuenta que lo que yo llamaba "lo que yo soy," John Owen lo llamaba "el pecado interno." Pero persistí en seguir leyendolo. Owen me enseñó que el pecado en la vida de un creyente se manifiesta a sí mismo de tres maneras: distorsión por el pecado original, distracción de los pecados cotidianos y desaliento por la permanencia diaria del pecado interno. Eventualmente, el concepto del pecado interno me proveyó una ventana para ver como Dios intentaba reemplazar mi vergüenza con esperanza. Ciertamente el entendimiento de John Owen acerca del pecado interno es el eslabón perdido en nuestra confusión cultural actual sobre lo que es el pecado sexual - y sobre lo que hay que hacer al respecto.
Como creyentes lamentamos con el apóstol Pablo, " Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (Romanos 7:19-20). Pero después de lamentarnos ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo debemos pensar acerca del pecado que ha llegado a ser parte de nuestra identidad? Owen lo explica con cuatro respuestas.
1) Haz Morir de Hambre el Pecado
El pecado interno es un parásito y se alimenta de lo que tú le das. La palabra de Dios es veneno para el pecado cuando esta se recibe con un corazón hecho nuevo por el Espíritu Santo. Tú haces morir de hambre el pecado interno alimentando tu alma abundantemente con la Palabra. El pecado no puede habitar en la palabra de Dios. Por eso debemos llenar nuestros corazones y nuestras almas con la Escritura.
Una manera de hacerlo es cantando los Salmos. Cantar los Salmos es para mí una poderosa práctica devocional que me ayuda a fusionar mi voluntad en la de Dios y a memorizar Su palabra en el proceso. También mortificamos el pecado leyendo la Escritura de manera integral, en grandes porciones y en libros completos a la vez. Esto nos permite ver la providencia de Dios en acción de forma panorámica.
2) Llama al Pecado por su Nombre
Ahora que está en la casa no le compres un collar y una soga, ni le des un nombre bonito. No "admitas" el pecado como si fuese una indefensa mascota; trátalo como un invasor, confiésalo como una ofensa vil ¡y échalo fuera aunque lo ames! No puedes domesticar el pecado dándole la bienvenida en tu casa.
No hagas una paz falsa. No pongas excusas. No te pongas sentimental con el pecado. No te hagas la víctima. No vivas justificándote con excusas. Si traes a tu casa un cachorro de tigre y le llamas "Esponja," no te sorprendas si un día despiertas y "Esponja" te está comiendo vivo. Así es como trabaja el pecado y "Esponja" conoce su trabajo. A veces el pecado acecha e infecta por décadas, engañando al pecador al cual ya tiene bajo su control hasta que se abalanza sobre todo lo que ha edificado y que aprecia y ama.
Sé sabio acerca de tus pecados preferidos y no los consientas. Recuerda que si estás en Cristo el pecado nunca es "lo que tú eres." En Cristo tú eres un hijo o hija del Rey; tú eres de la realeza. Combates el pecado porque este distorsiona tu verdadera identidad; a ti no te definen los pecados originales de tu consciencia que se manifiestan diariamente a tu vida.
3) Extingue el Pecado Interno Dándole Muerte
El pecado no es un simple enemigo, dice Owen. El pecado es enemigo de Dios. Los enemigos pueden reconciliarse, pero no hay esperanza de reconciliación para nada que sea enemigo de Dios. Todo enemigo de Dios debe ser eliminado. Nuestras batallas con el pecado nos atraen a la intima de nuestra unión con Cristo. El arrepentimiento es una puerta nueva a la presencia y el gozo de Dios.
Ciertamente nuestra identidad viene de estar crucificados y resucitados con Cristo:
Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecad (Romanos 6:4-6).
Satanás usará nuestro pecado interno para chantajearnos diciendo que no podemos estar en Cristo y pecar en el corazón o con el cuerpo al mismo tiempo. En esos momentos, debemos recordarle que él tiene razón en una sola cosa: nuestro pecado ciertamente es pecado. Ciertamente es transgresión contra Dios y nada más. Pero Satanás está fatalmente equivocado acerca de lo más importante. Cuando nos arrepentimos nos ponemos al lado de Cristo. Y el pecado que hemos cometido (y que cometeremos) es cubierto por Su justicia. Pero tenemos que luchar. Owen dice que dejar tranquilo el pecado es dejarlo crecer - "no conquistarlo es ser conquistado por él."
4. Cultiva Diariamente Tu Nueva Vida en Cristo
Dios no nos deja solos peleando la batalla en vergüenza y soledad. En lugar de eso, a través del poder del Espíritu Santo el alma de cada creyente es "vivificada." Y vivificar significa animar o dar vida a algo. La vivificación complementa la mortificación del pecado (darle muerte), y esto nos permite ver el amplio ángulo de la santificación el cual incluye dos aspectos:
1) La liberación del deseo de los pecados preferidos, la cual experimentamos cuando la gracia de la obediencia nos da el "poder expulsivo de un nuevo afecto (para citar a Thomas Chalmers).
2) La humildad por el hecho de que necesitamos diariamente el constante fluir celestial de la gracia de Dios, y que no importa cuánto trate el pecado de engañarnos, esconder nuestro pecado nunca es la respuesta. Ciertamente, el deseo de ser fuertes en nosotros mismos para vivir independientes de Dios es el primer pecado, la esencia del pecado y la madre de todos los pecados.
El eslabón perdido de Owen es solo para los creyentes. Él dice, "a menos que un hombre sea regenerado (nacido de nuevo), a menos que sea creyente, todos los intentos que pueda hacer para mortificar el pecado…no tienen sentido. En vano usará muchos remedios porque no podrá sanar."
¿Qué debe entonces hacer el incrédulo? Clamar a Dios para que por el Espíritu Santo le dé un nuevo corazón y que convierta su alma: "la mortificación del pecado no es algo de lo que se ocupan los hombres regenerados. Dios no los llama a eso aun; su ocupación es la conversión - la conversión completa de su alma - no la mortificación de este o aquel pecado en particular.
Liberados para Gozo
En los escritos de John Owen aprendí cómo y por qué las promesas de la plenitud sexual bajo mis propios términos eran la antítesis de lo que yo una vez había creído firmemente. En lugar de la libertad, mi pecado sexual era esclavitud. Este escritor puritano del siglo diecisiete me reveló cómo es que mis deseos y sensibilidades lesbianas eran callejones sin salida y asesinos del gozo.
Hoy, me sitúo en la larga línea de mujeres piadosas - la línea de María Magdalena. El evangelio vino con gracia, pero demandó una guerra irreconciliable. En un punto dado de este sangriento campo de batalla Dios me dio un insólito deseo de ser una mujer piadosa, cubierta por Dios, envuelta en y por Su palabra y Su voluntad. Este deseo evolucionó en otro: llegar a ser, si era la voluntad del Señor, la esposa piadosa de un esposo piadoso.
Entonces, me di cuenta.
La unión con el Cristo resucitado significaba que todo lo demás sería clavado en la cruz. Yo no podría volver a mi vida vieja si hubiese querido. Al principio, esto fue aterrador, pero cuando mire más profundamente en el abismo de mi terror, encontré paz.
Con paz encontré que el evangelio siempre está delante de ti. El hogar esta adelante. Hoy, por la sola y maravillosa gracia de Dios, soy una parte escogida de la familia de Dios en donde Dios cuida de todos los detalles de mi día, sean las lecciones de matemáticas, el queso con macarrones derramado, y más que todo, la gente, los portadores de la imagen de Su preciosa gracia, y el hombre que me llama amada y los hijos que me llaman madre.
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