El Arminianismo al Descubierto

¡Ay del que pleitea con su Hacedor!
¡El tiesto con los tiestos de la tierra!
¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces? 
(Isaías 45.9)

El arminianismo es llamado así en conexión con Jacobo Arminio, el teólogo Holandés del siglo diecisiete cuyos discípulos, “los antagonistas,” fueron silenciados temporalmente en Holanda por los cánones del sínodo de Dort (los cinco puntos calvinistas). Aquella batalla doctrinal entre los reformados y los antagonistas fue histórica; pero a pesar de la victoria que las doctrinas de la gracia obtuvieron en esa ocasión, el arminianismo no desapareció.   En realidad, el arminianismo siempre ha existido, siempre ha sido antagonista de la gracia de Dios, y nunca dejará de existir mientras exista la injuriosa y falsa idea del libre albedrío. 

Fue el espíritu del armininianismo lo que hizo a Adán cubrirse con hojas de higuera para, según el, ocultar su desnudez delante de Dios. Las hojas de higuera representan la actitud insensata del arminianismo. Adán pensaba que él se podía cubrir a si mismo sin necesidad de Dios, así como los arminianos piensan que la salvación depende del libre albedrío, de la decisión y de la fe de ellos y no de la gracia soberana.

Los reformadores, que afirmaban la soberanía de la gracia divina combatieron el arminianismo de los “antagonistas” cuando este apareció en Holanda. Agustin de Hipona, en el siglo cuarto la combatió cuando aun no se llamaba arminianismo y se manifestó en su peor forma en la doctrina de Pelagio el hereje.

Por eso John Owen, el puritano inglés heredero de la teología reformada se refirió al arminianismo como “el viejo ídolo pelagiano del libre albedrío que con su compañera, la diosa casualidad, pretenden subir hasta el trono del Dios del cielo para afrentar su gracia, su providencia y su supremo dominio sobre los hijos de los hombres.”

¿Cuál es la raíz del arminianismo? Es la corrupción de la naturaleza carnal del hombre la cual entenebrece el alma con una niebla de ignorancia que la inhabilita para comprender la verdad divina. El arminianismo se arma de prejuicios y oposición contra la soberanía de Dios contradiciéndola o minimizándola.

La causa del trastorno arminiano es la avidez de ser auto-suficientes. No hay nada por lo que los hombres contiendan tanto como por ser independientes. Al orgullo humano le exaspera depender de Dios para su salvación; le desagrada pensar que sea El quien controle sus acciones. Los hombres reclaman el poder para forjar su propia felicidad y luchan por liberarse del gobierno supremo de la soberanía de Dios. Esta es la amarga raíz de donde brotan todas las herejías y calamitosas contiendas que han afligido a la iglesia.

Todas las agitadas disputas de la razón carnal contra la palabra de Dios se reducen a esta cuestión: ¿A quién se debe la parte primordial y suprema en la disposición de lo que sucede en este mundo? ¿A Dios o al hombre? Los hombres, en su mayoría, se adjudican a si mismos esta preeminencia. Ellos reclaman que tiene que ser así, de lo contrario Dios es injusto y sus caminos son torcidos. Nunca nadie ha procurado tan resueltamente erigir la Babilonia espiritual del libre albedrio como los Arminianos. Ellos, enceguecidamente son los patrocinadores de la auto-suficiencia humana.

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