Del Neo-Pentecostalismo a la Teología Reformada -- Testimonio Personal del Pastor Víctor B. García

Siendo muy joven fui ordenado al ministerio en una prominente iglesia neo-pentecostal.  En esos primeros años de mi vida ministerial yo leía con deleite y avidez los escritos de Juan Calvino, Carlos Spurgeon, Juan Carlos Ryle, Arthur Pink, Martin Lloyd Jones y hombres como ellos sin la menor noción de lo que era la teología reformada o quien eran estos hombres.  Lo único que sabía era que el espíritu y la sustancia de sus enseñanzas me hacia mucho bien y me atraían enormemente.  Mi inclinación hacia estos autores se hizo tan evidente que mis mentores me amonestaron a abandonar esas lecturas.  Según me dijeron, el Señor les había mostrado que si yo seguía concentrándome en esas lecturas mi vida espiritual se secaría.  Su exhortación fue que yo había sido llamado a ser un "ministro del Espíritu, no de la letra" y para eso debía concentrarme en las cosas "profundas y sobrenaturales" del Espíritu.  Mi inmadurez e inexperiencia, y el respeto que le debía a mis mayores, a quienes consideraba hombres ungidos en íntima comunión con Dios, me hacían vulnerable a este consejo, y así me dejé guiar por aquella amonestación y abandoné la lectura de mis autores reformados. .
 
El tiempo pasó, yo seguí avanzando en mi ministerio y aquella iglesia que me daba cobertura siguió creciendo en número e influencia de una manera tan extraordinaria que llegó a convertirse en una organización internacional con iglesias en muchos países y ciudades. Sin embargo, con el paso del tiempo se fue encaminando gradual y progresivamente hacia la subjetividad doctrinal y el emocionalismo.  
Después de más de quince años de servir como ministro en aquella organización, enseñando, pastoreando y levantando iglesias me di cuenta de que aquella subjetividad nos estaba llevando a un abismo peligroso y todo indicaba que las cosas no iban a cambiar sino a empeorar.  Cuando expresé mi preocupación y desacuerdo con el rumbo por el que íbamos  fui expulsado y perdí mi posición y comunión de los numerosos amigos y compañeros de tanto tiempo en el ministerio.  

Allí se inicio un largo y difícil periodo de aislamiento para mi y la iglesia que había fundado hacia varios años en Miami la cual casi su totalidad eligió seguir conmigo y no con la organización que hasta entonces nos había dado cobertura.  Este aislamiento se prolongó por varios años durante los cuales mi refugio y dirección teológica fueron la Biblia y aquellos escritos que me habían alimentado al principio de mi ministerio aunque todavía yo no comprendía lo que era la teología reformada.

Mi conocimiento de la Biblia era amplio.  Mi problema era que la forma en que había aprendido a interpretarla ya no me servía, y yo ya no la quería más.  Yo había sido entrenado formalmente en una teología que mezclaba ideas neo-pentecostales, arminianas, fundamentalistas y dispensacionales las cuales conocía bastante bien.  Pero en realidad, los matices,  especulaciones,innovaciones y desviaciones doctrinales que habían invadido al movimiento con el que estaba asociado, así como las prácticas derivadas de ellas, eran tales que no había nombre para tal “teología.”  Pero era precisamente esas especulaciones y desviaciones las que se convirtieron en una marca de distinción espiritual para los que la profesaban, quienes  para definir tal “teología” usaban designaciones como "palabra revelada" “doctrina del Espíritu,” “doctrina apostólica" o "doctrina restaurada.”  

En medio de todo esto comenzaron a surgir gradualmente "apóstoles y profetas" y la convicción cierta y profunda de que este movimiento era algo elegido y especial de Dios.  Era algo surrealista.  Inevitablemente, en medio de esas fantásticas elucubraciones, la gracia salvadora de la cruz de Cristo, la majestad y soberanía del Dios bíblico y la autoridad y suficiencia de la Escritura se fueron oscureciendo más y más.  La prominencia le comenzó a pertenecer a individuos de gran carisma e influencia y a experiencias y métodos que atraían e impresionaban a las multitudes. 

Las supuestas revelaciones doctrinales, las sensaciones emocionales, el crecimiento numérico, las experiencias sobrenaturales y el protagonismo fueron suplantando la exposición de la Escritura, la obediencia y la adoración espiritual.  El culto a Dios degeneró en  misticismo, emoción, sensacionalismo y trivialidades desenfrenadas. Al rechazar tal eclecticismo teológico, me quedé desamparado doctrinalmente. 

Fue entonces cuando, de nuevo la Escritura volvió a brillar por sí misma ante mis ojos y cuando aquellos escritos de mis primeros años en el ministerio regresaron para nutrir mi corazón y mi entendimiento. Yo no sabía de la teología reformada, solo sabía que entre los numerosos autores cristianos y las diversas corrientes doctrinales que conocía, era aquí donde consistentemente yo encontraba la sólida sustancia espiritual que tanto necesitaba.

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