El Patético y Peligroso Caso de un Jesús Infatuado: Parte 1

La grotesca infatuación de José Luís Miranda, líder de “Creciendo en Gracia” lo llevó a decir que su movimiento es “el gobierno de ‘dios’ sobre la tierra,” le hizo tatuarse el brazo con un 666 y le movió a declararse anticristo y Cristo a la vez. Esta extravagancia religiosa captó por un tiempo la atención de la prensa internacional, pero entre tanto alboroto no pasó de ser un minúsculo paréntesis en la historia de las aberraciones del cristianismo.

Usualmente no vale la pena ocuparse de de estos desvaríos porque hay mucha verdad que predicar para ocuparse de la mentira. Pero en este caso tengo razones para hacerlo. Por un lado vivo en Miami, donde se originó este movimiento y a causa de eso he tenido que tratar con gente seducida y perturbada por los perniciosos delirios doctrinales de José Luís. Además, parte de mi responsabilidad es amonestar al pueblo de Dios a no prestar atención a fabulas y genealogías interminables que acarrean disputas mas bien que edificación que es por fe (1 Tim. 1.4). Pero una razón más importante es que esta anomalía sirve para ilustrar, aclarar y reafirmar ciertas verdades vitales. Me refiero a la autoridad y suficiencia de las Escrituras y a la doctrina paulina de la gracia, las cuales José Luís, aprovechando el descuido que sufren en los púlpitos cristianos, ha adulterado y abusado.

En su providencia, Dios siempre tiene un propósito provechoso detrás de las aberraciones espirituales. El Nuevo Testamento usa casos de apostatas y herejes para enseñarnos grandes lecciones. El caso de Caín nos enseña sobre la falsa adoración (Heb. 11.4; Juan 3.12), el de Babel sobre el adulterio espiritual (Apoc. 17.5), el de la mujer de Lot sobre el amor a lo material (Lc. 17.32), el de Coré sobre la rebelión (Judas 11), el de Balaam sobre el lucro ministerial (2 Pedro 2.15; Jud. 11), el de Esaú sobre la profanación de lo sagrado (Heb. 12.16-17) y el de Jezabel sobre la idolatría (Ap.2.20). Igualmente la historia nos enseña que las perversiones doctrinales y las aberraciones espirituales de gente como los gnósticos, Arrio, Marción, Nestoriano y Pelagio, el papado y otras, Dios las usó para la formación de los credos, confesiones y documentos históricos del cristianismo como el credo de los Apóstoles, el credo Niceno, el de Atanasio, el Calcedonio, los escritos de Agustín en contra de Pelagio y las confesiones de la Reforma en contra del Romanismo y el neo-pelagianismo.

Ciertamente, la herejía de Miranda no es más importante o perniciosa que ninguna de estas o de otras con pretensiones globales como el Islam, el unitarismo, el mormonismo, la Iglesia de la Unificación o los Testigos de Jehová. Esta es una copia barata de herejías que largo tiempo atrás fueron desechadas; sin embargo, como toda falsedad, es peligrosa para el alma de los que caen en sus redes. También, es un ejemplo de lo funestas consecuencias que vienen cuando los púlpitos cristianos caen en la superficialidad. Así que vale la pena ocuparnos de esto para aprender a valorar y proteger más la verdad y con la esperanza de corregir a los que han caído en esa trampa “por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad” (2 Timoteo 2:25) y convencer a algunos que dudan…arrebatándolos del fuego (Judas 1:22-23).

Las siguientes reflexiones aluden explícitamente a José Luís, pero su propósito primario no es refutar sus doctrinas, ni exponer su carácter o su movimiento que son claramente apostatas, excepto a los ojos de sus delirantes seguidores.  El propósito es reafirmar la gloriosa unidad, autoridad y suficiencia de la Escritura y la gracia de nuestro Señor Jesucristo como verdaderamente la enseñó Pablo, los apóstoles y los profetas. José Luís es mencionado por que sus incongruencias ilustran las consecuencias de descuidar estas verdades.

Escribo consciente de que debemos refutar el error por amor a la iglesia, a la gracia de Cristo y a las almas de los pecadores que tanto necesitan esa gracia. También se que debemos ser cuidadosos con el estado de nuestras propias almas y de nuestra doctrina (1 Tim. 4.16). Cuando Dios permite el surgimiento de casos funestos como el de José Luís lo hace para corregir, amonestar, advertir e instruir a su pueblo y eventualmente para que su verdad brille con más fuerza. Ultimadamente, debemos dar gracias a Dios por los falsos, porque después de todo son instrumentos suyos para manifestar la gloria de su verdad y la sabiduría de sus soberanos propósitos.

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