Bienaventurados los pobres en espíritu (Mat.5.3)…
¿No sabes que eres un desventurado, pobre,
ciego y desnudo? (Ap. 3.18)…
El publicano se acercó al templo conciente de su pobreza espiritual y quebrantado por su pecaminosidad. Cuando salió de allí, Dios lo había justificado. En él se cumplió la palabra: “bienaventurados los pobres en espíritu.” (Mat.5.3).
El fariseo se acercó satisfecho, intoxicado por su suficiencia religiosa y su éxito social. Cuando salio de allí, se sentía bien, pero salió peor de como entró. En él se cumplió la palabra: “no sabes que eres un desventurado, pobre, ciego y desnudo (Ap. 3.18).
El fariseo se acercó satisfecho, intoxicado por su suficiencia religiosa y su éxito social. Cuando salio de allí, se sentía bien, pero salió peor de como entró. En él se cumplió la palabra: “no sabes que eres un desventurado, pobre, ciego y desnudo (Ap. 3.18).
La arrogancia y la satisfacción religiosa son despreciables para Dios, aun más que la pecaminosidad misma. El resiste a los soberbios, humilla a los que se enaltecen y mira de lejos al altivo.
En cambio, la humildad y el quebrantamiento de espíritu le son preciosos. El habita con el quebrantado y humilde de espíritu y da mayor gracia al que se humilla. Con sus ojos de fuego, el Señor mira la pobreza, la desnudez y la ceguera de aquellos cuyo corazón es arrogante y vanaglorioso.
La americanización del cristianismo ha hecho que las iglesias y los ministros se midan por el éxito, el dólar y la capacidad de brindar entretenimiento. Esta tendencia ha producido generaciones enteras de cristianos arrogantes como el fariseo e iglesias satisfechas como Laodicea. El protagonismo, la abundancia de recursos materiales y un legalismo refinado por la psicología humana han desviado a muchos del camino de la bienaventuranza hacia el de la desventura.
Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido (Lucas 18:14)
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