Cuando Superman Llega y la Verdad se Va

Tomado del libro “The Courage to Be Protestant” (La Audacia de Ser Protestante) 
por David Wells

Es el año 2006, día de resurrección por la mañana.   Entre las sombras de la iglesia se divisa un personaje raramente visto por allí.   Es Superman.   ¡Si, Superman!  El que se sube a los edificios de un sólo salto mientras persigue a los malhechores. 

No, esperen un momento.  No es él.  En realidad es el pastor de la iglesia.  Es el pastor vestido como Superman a punto de comunicar el evangelio a las nuevas generaciones. 

Superman, ustedes saben, es un símbolo de Cristo peculiarmente adaptado para trasmitir el mensaje cristiano a las generaciones que se criaron viendo Plaza Sésamo, las caricaturas y los juguetes de super-héroes. 

Así que este día el pastor se preparó para una nueva serie de sermones sobre como saltar por encima del desanimo, sobreponerse a las dudas, vencer las adversidades y levantarse de las cenizas como Superman lo hace.  ¿No es más fácil lograr estas hazañas espirituales ilustrándolas con un Superman resplandeciente con atuendo y capa?  Al menos esa es la teoría de los que practican tales artificios.   

¿De donde salió esta anécdota?  ¿De alguna oscura iglesia?  ¿Sucedió en verdad?  ¿Es tan grotesca que no representa realmente lo que pasa en las iglesias?  Esto sucedió en verdad en una iglesia que recibió el premio “Rick Warren” por ser la iglesia del año.  Y no solo eso.  Esta práctica, que se origina en el mundo del mercadeo secular, está convirtiendo el cristianismo en entretenimiento y se está volviendo rápidamente la norma más que la excepción.   

Durante las últimas décadas ha brotado un tipo de iglesia que se puede describir como  definida-por-el mercado, movida-por-el-mercado y sensitiva-al-consumidor.  Entre estas iglesias existe el consenso de que la iglesia “tradicional” es un producto que se ha vuelto obsoleto por el paso del tiempo y la fuerza de la innovación…

Lo que se considera sabio en esta corriente es tomar en cuenta que la seriedad es la campanilla de la muerte para una iglesia exitosa.  En esta edad del entretenimiento hay que ser divertido, atractivo, entretenido y adaptable para tener éxito.  La seriedad tiene que ser eliminada.  Hay que preservar el sabor y cortar las calorías…

Una de las principales lecciones que el mundo de los negocios enseña es que a los consumidores hay que tratarlos con delicadeza; y las iglesias están aprendiendo esa lección…

Por eso una buena parte de la iglesia evangélica vive nerviosa y es muy sensitiva a los deseos de sus consumidores (asistentes)  y está lista a cambiar de inmediato a la menor señal de que los gustos e intereses de estos cambien.  ¿Por qué?  Porque los derechos y apetitos de los consumidores son los que gobiernan…los que asisten a las iglesias hoy son como cualquiera de los clientes de un mall o un centro comercial.  Incomódelos y se van a gastar su dinero a otra parte.   Ese es el miedo que se esconde en el corazón de muchos líderes que saben que así es como opera el mundo de los negocios.    

Pero cuando aquí es donde el evangelio no tiene nada que ver con la manera que los productos y servicios son mercadeados actualmente.  Los productos y servicios son para nuestro uso; el evangelio no.  El evangelio nos llama a someternos al Dios del universo a través de su Hijo.  Los métodos para el éxito que mercadean la verdad evadiendo los temas que ofenden se separan rápidamente del cristianismo bíblico, o dicho de otra manera, mutilan la fe bíblica.  

Cuando compramos un producto o un servicio lo hacemos para nuestro uso.  Cuando venimos a Cristo no es para nuestro uso sino para su servicio y exaltación.  El nos llama a comprometernos de una manera que no nos comprometeríamos con ningún producto comercial.  Hay un mundo de diferencia entre el Señor de la gloria, el Hijo de Dios y un Lexus, una casa de veraneo o un crucero a las Bahamas.  

Mercadear el evangelio reduce a Cristo a un simple producto que compramos para satisfacer nuestra necesidad.  Pero esto destruye las doctrinas bíblicas del pecado, de la encarnación y la redención.  Esto produce una espiritualidad no-cristiana igual a la del mundo, una espiritualidad que se subleva contra la verdad revelada, contra las doctrinas que deber ser creídas, contra las normas morales que deber ser obedecidas y contra el llamado a una vida de compromiso con la iglesia.    

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