Simplemente El Libre Albedrío no Existe


Robert Raymond: “New Systematic Theology of the Christian Faith,” pp. 353, 356-7.  
(Traducido al español por Victor Garcia) 
Hay problemas cuando se dice que los hombres tienen libre albedrío (voluntad libre) como si tuvieran la capacidad o el poder de escoger cualquiera de varios cursos de acción incompatibles.   

Simplemente no existe tal cosa como un libre albedrío desconectado y totalmente independiente de la persona que escoge, como si el albedrío fuese algo que cuelga del aire disfrutando de alguna ventaja extra-personal por la que se pueden determinar las cosas y estuviese disponible para ser usado por cada individuo.    

Jonathan Edwards dice: “la voluntad es la mente escogiendo.”  En otras palabras, cada uno escoge lo que escoge de acuerdo a las limitaciones y complejidades de su persona.  Los hombres no pueden escoger caminar sobre el agua o agitar los brazos y volar; lo que decidan respecto a estas cosas está restringido por sus capacidades físicas.  De la misma manera, sus decisiones morales están determinadas por la totalidad de su naturaleza. 

Y la Biblia nos informa que los hombres son limitados pero ademas también son pecadores.  Por naturaleza ellos no pueden dar buen fruto (Mat. 7.18); por naturaleza no pueden oír las palabras de Cristo que podrían darles vida (Jn. 8.43); por naturaleza no pueden sujetarse a la ley de Dios (Rom. 8.7); por naturaleza no pueden discernir las verdades del Espíritu de Dios (1 Cor. 2.14); por naturaleza no pueden confesar con su corazón que Jesús es el Señor (1 Cor. 12.3); por naturaleza no pueden controlar la lengua (Sant. 3.8); y por naturaleza no pueden venir a Cristo (Juan 6.44, 45, 65).  Para poder hacer cualquiera de estas cosas ellos tienen que recibir una ayuda poderosa que venga de afuera.  Así que simplemente no hay tal cosa como una voluntad libre la cual pueda escoger lo bueno por si misma.    

La Biblia no sugiere en ninguna parte que los hombres son libres de los decretos que Dios ha establecido en su voluntad ni de su gobierno providencial.  Por todas partes afirma lo contrario enseñando que los propósitos de Dios y la ejecución providencial de sus propósito eterno es lo que determina todas las cosas.  Calvino escribió:

La voluntad de Dios es, y es justo que así sea, la causa de todo lo que existe. Porque si la voluntad de Dios tiene alguna causa querría decir que hay algo mayor que ella a lo cual está sujeta; y eso es ilícito pensarlo.   La voluntad de Dios es la regla más alta de justicia, tanto que cualquier cosa que Él determina tiene que ser considerada justa por el solo hecho de que Él la determina.  Por lo tanto, cuando alguien pregunta por qué Dios ha hecho algo, nosotros tenemos que responder: ‘porque Él así lo ha determinado’.  Pero si tú insistes en preguntar por qué lo determinó estás buscando algo mayor y más alto que la voluntad de Dios lo cual no puede encontrarse. 

Esto concuerda con la enseñanza de la Biblia.  De hecho, es asombroso cuán abiertamente ella afirma el hecho de la voluntad decretiva de Dios que lo abarca todo y la “santa, sabia y poderosa preservación y gobierno de todas sus criaturas y sus acciones.”  Ciertamente la Biblia es más abierta en proclamar esto mientras que muchos teólogos niegan completamente estas cosas con su silencio pensando que al callar están sirviendo a Dios.    

El Dios vivo y verdadero, dice la Biblia, es el soberano absoluto que gobierna el universo (Sal. 103.199; 115.3; 135.6).  La Biblia enseña que además de ser el creador del universo conforme a su propósito eterno, Dios controla todas las cosas en su creación por su providencia (1 Cron. 29.11).  Él hace todas las cosas según el designio de su voluntad (Ef. 1.11).  Él hace que todas las cosas obren para el bien (ser hechos a la imagen de Cristo) de los que lo aman. los cuales han sido llamados conforme a su propósito (Rom. 8.28).  De Él, por Él y para Él son todas las cosas (Romanos 11.36; 1 Cor. 8.6) desde la exaltación y destitución de los reyes hasta el vuelo y la caída de un pajarillo (Dan. 4.31-32; Mat. 10.29), desde el control de la historia de las naciones hasta el número de los cabellos en la cabeza de los hombres (Hech. 17.26; Mat. 10.30).