Por Albert N. Martin
Hay
muchos asuntos respecto a los cuales la ignorancia total y la indiferencia
completa no son trágicas ni fatales. Estoy seguro de que hay pocos de nosotros
que pueden explicar todos los procesos por los que una vaca color café come
hierba verde y produce leche blanca—¡pero aún así podemos disfrutar de la
leche! Muchos de nosotros ignoramos completamente la teoría de relatividad de
Einstein, y si se nos pide que la expliquemos estaríamos realmente en
dificultades. Pero no sólo ignoramos la teoría de Einstein, sino que también la
mayoría de nosotros somos bastante indiferentes a ella, y sin embargo nuestra
ignorancia e indiferencia no son trágicas ni fatales.
No
obstante, hay otros asuntos respecto a los cuales la ignorancia y la
indiferencia son tanto trágicas como fatales. Uno de ellos es la respuesta a la
pregunta: “¿Qué es un cristiano bíblico?” En otras palabras, ¿cuándo tiene un
hombre o una mujer el derecho, según las Escrituras, de llamarse “cristiano”?
Uno no puede asumir ligeramente que él o ella es un verdadero cristiano. Una
conclusión falsa sobre esto es trágica y fatal. Es por esto que quiero
presentarles cuatro aspectos de la respuesta que la Biblia ofrece a la
pregunta: “¿Qué es un cristiano bíblico?”
1) De acuerdo a la Biblia,
un cristiano
bíblico es una persona que ha enfrentado auténticamente el problema de su
propio pecado.
Una
de las muchas cosas que distingue la fe cristiana de las otras religiones del
mundo es que el cristianismo es esencial y fundamentalmente una religión de
pecadores. Cuando el ángel le anunció a José el nacimiento venidero de
Jesucristo, lo hizo con las siguientes palabras: “Y dará a luz un hijo, y
llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo
1:21). El apóstol Pablo escribió en 1Timoteo 1:15: “Palabra fiel y digna de ser
recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,
de los cuales yo soy el primero.” El Señor Jesucristo mismo dijo en Lucas
5:31-32: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
No he venido a llamar a los justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” Un
cristiano es uno que ha enfrentado auténticamente el problema de su propio
pecado.
Cuando
nos dirigimos a las Escrituras, hallamos que cada uno de nosotros tiene un
problema personal doble con respecto al pecado. Por un lado, tenemos el
problema de un expediente o archivo malo; y por el otro, el problema de un
corazón malo. Si comenzamos en Génesis 3 con el trágico relato de la rebelión
del hombre contra Dios y su caída, y luego rastreamos la doctrina bíblica del
pecado hasta el libro de Apocalipsis, veremos que no es una simplificación
excesiva decir que todo lo que la Biblia enseña acerca de la doctrina del
pecado se puede reducir a estas dos categorías fundamentales—el problema de un
expediente malo y el problema de un corazón malo.
¿A
qué me refiero con “el problema de un expediente o archivo malo”? Estoy
utilizando esta terminología para describir los que las Escrituras nos
presentan como la doctrina de la culpa humana debida al pecado. Las Escrituras
nos dicen con claridad que obtuvimos un expediente malo mucho antes que
nosotros existiéramos en la tierra: “Por tanto, como el pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).
¿Cuándo
pecaron “todos”? Todos nosotros pecamos en Adán. El fue señalado por Dios para
representar a toda la raza humana. Cuando él pecó, nosotros pecamos en él y
caímos con él en su primera transgresión. Es por esto que el apóstol Pablo
escribe en 1Corintios 15:22: “Porque así como en Adán todos mueren, también en
Cristo todos serán vivificados.” El hombre fue creado sin pecado en el huerto
de Edén; pero desde el momento en que Adán pecó, nosotros también fuimos
acusados con culpa. Caímos en él en su primera transgresión y somos parte de
una raza que se encuentra bajo condenación.
Más
aún, las Escrituras enseñan que después que nacemos nuestras transgresiones
personales acarrean culpa adicional. La Palabra de Dios enseña que “ciertamente
no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés
7:20); cada pecado cometido incurre en culpa adicional. Nuestro expediente en
los cielos está echado a perder. El Dios Todopoderoso juzga la totalidad de
nuestra experiencia humana por un criterio que es absolutamente inflexible.
Este criterio toca no sólo nuestras obras externas, sino también nuestros
pensamientos y las inclinaciones de nuestro corazón, de tal manera que el Señor
Jesús dijo que el albergar ira injusta es la esencia misma del asesinato, y la
mirada con intención lujuriosa es adulterio (Mateo 5: 22,28).
Dios
está guardando un expediente detallado. Ese expediente se encuentra entre “los
libros” que serán abiertos en el día del juicio (Apocalipsis 20:12). En esos
libros están registrados todos los pensamientos, inclinaciones, intenciones,
obras y aspectos de la experiencia humana que sean contrarios al criterio de la
ley santa de Dios, ya sea por quedarnos cortos al mismo o por transgredirlo.
Tenemos el problema de un expediente malo—según tal expediente nosotros somos
culpables. Somos en verdad culpables de pecados reales cometidos en contra del
Dios vivo y verdadero. Es por está razón que las Escrituras nos dicen que toda
la raza humana es culpable delante del Dios Todopoderoso (Romanos 3:19).
¿Alguna
vez se ha convertido el problema de tu propio expediente malo en una
preocupación apremiante y urgente? ¿ Has enfrentado la verdad de que el Dios
Todopoderoso te juzgó culpable cuando tu padre Adán pecó, y que te considera
culpable de cada palabra que has hablado contraria a la santidad, justicia y
pureza perfecta? El conoce todo objeto que has tocado y tomado contrario a la
santidad de la propiedad. El conoce cada palabra pronunciada en contra de la
verdad perfecta y absoluta. ¿ Alguna vez te ha quebrantado esto, de tal manera
que has reconocido el hecho de que el Dios Todopoderoso tiene todo el derecho
de llamarte a su presencia y requerir que le des cuenta de cada acción
contraria a su ley que ha traído culpa a tu alma?
Pero
el problema de un expediente malo no es nuestro único problema. Tenemos un
problema adicional—el problema de un corazón malo. La Biblia enseña que el
problema de nuestro pecado surge no solamente de lo que hemos hecho, sino
también de lo que somos. Cuando Adán pecó, él no sólo se hizo culpable delante
de Dios, sino que también se contaminó y corrompió en su naturaleza.
Esta
contaminación se describe en Jeremías 17:9: “Engañoso es el corazón más que
todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jesús la describe en Marcos
7:21: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos
pensamientos”; y luego El menciona los diversos pecados que pueden verse en
cualquier periódico a diario—asesinato, adulterio, blasfemia, orgullo. Jesús
dijo que estas cosas proceden de una fuente viva de corrupción, el corazón
humano. Nota cuidadosamente que El no dijo: “Porque de fuera, por la presión de
la sociedad y sus influencias negativas, viene el asesinato, el adulterio, el
orgullo y el hurto.” Esto es lo que los llamados sociólogos expertos nos dicen.
Ellos afirman que es “la condición de la sociedad” lo que produce el crimen y
la rebelión; Jesús dice que es la condición del corazón humano.
Cada
uno de nosotros tiene por naturaleza un corazón que las Escrituras describen
como “perverso”, una fuente de todas las formas de iniquidad. Romanos 8:7
afirma: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque
no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden.” Pablo no dice que los
designios de la carne, es decir, los designios de una mente que nunca ha sido
regenerada por Dios, tienen algo de enemistad; él los llama enemistad. “Los
designios de la carne son enemistad contra Dios.” La disposición natural de
cada corazón humano puede ilustrarse como un puño alzado contra el Dios vivo. Este
es el problema interno de un corazón malo—un corazón que ama el pecado, un
corazón que es la fuente del pecado, un corazón que es enemistad contra Dios.
¿Alguna
vez se ha convertido el problema de tu corazón malo en una apremiante
preocupación personal para ti? No estoy preguntando si crees o no en la
pecaminosidad humana en teoría. Tú puedes estar de acuerdo en que hay tales
cosas como una naturaleza y un corazón pecaminosos. Mi pregunta es: ¿alguna vez
han venido a ser tu expediente y tu corazón malos asuntos de profunda, interna
y apremiante preocupación para ti? ¿Has conocido lo que es una conciencia real,
personal e interna del horror de tu culpa en la presencia de un Dios santo?
¿Has visto el carácter espantoso de un corazón que es “engañoso...más que todas
las cosas, y perverso”?
Un
cristiano bíblico es una persona que ha tomado en serio su problema personal
del pecado. El grado en que podemos sentir el terrible peso del pecado difiere
de una persona a otra. El tiempo que toma que una persona sea llevada a
concientizarse de su expediente y corazón malos, varía. Hay muchas variables,
pero Jesucristo, como el gran Médico, nunca ha traído su virtud sanadora sobre
alguien que no reconozca a sí mismo pecador. El dijo: “No he venido a llamar a
justos, sino a pecadores, al arrepentimiento (Mateo 9: 13). ¿Eres tú un
cristiano bíblico—uno que ha tomado en serio su propio problema del pecado?
2) Un cristiano bíblico es
aquel que ha considerado seriamente el único remedio divino para el pecado.
En
la Biblia se nos dice una y otra vez que el Dios Todopoderoso ha tomado la
iniciativa de hacer algo por el hombre, el pecador. Los versículos que algunos
de nosotros aprendimos en nuestra juventud enfatizan la iniciativa de Dios en
proveer un remedio para la pecaminosidad del hombre: “Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”; “En esto consiste el amor: no
en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y
envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”; “Pero Dios, que es rico
en misericordia, por su gran amor con que nos amó” (Juan 3:16; 1 Juan 4: 10;
Efesios 2:4).
Un
aspecto único de la fe cristiana es que ésta no es un esquema religioso de
auto-ayuda en el que te arreglas a ti mismo con la ayuda de Dios. De la misma
manera como uno de los principios exclusivos de la fe cristiana es que Cristo
es el único Salvador de pecadores, así también es un principio exclusivo de la
fe cristiana que toda nuestra ayuda viene de arriba y nos encuentra donde
estamos. No podemos levantarnos a nosotros mismos por las orejas; en
misericordia, Dios interviene en la situación humana y hace algo que nunca
hubiéramos podido hacer por nosotros mismos.
Cuando
vamos a las Escrituras, hallamos que el remedio divino tiene por los menos tres
simples pero profundamente maravillosos puntos focales:
a)
En primer lugar, el remedio de Dios para el pecado está unido a una persona.
Cualquiera que comience a tomar en serio el remedio divino para la
pecaminosidad humana notará en las Escrituras que el remedio no se encuentra en
un conjunto de ideas, como si fuera simplemente otra filosofía, ni se encuentra
en una institución, sino que está unido a una persona: “Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito”; “Y dará a luz un hijo, y
llamarás su nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Juan
3:16; Mateo 1:21). Jesús mismo dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida;
nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14: 6).
El
remedio divino para el pecado está unido a una persona, y esa persona no es
otra que nuestro Señor Jesucristo—el Verbo eterno que se hizo hombre, uniendo
una naturaleza humana real, a su naturaleza divina. Aquí está la provisión de
Dios para el hombre con su expediente y corazón malos: un Salvador que es tanto
Dios como hombre, con las dos naturalezas unidas en una persona para siempre.
Si tu problema personal del pecado ha de ser remediado de una manera bíblica,
será remediado únicamente teniendo tratos personales con la persona de
Jesucristo. Tal es un aspecto único de la fe cristiana: el pecador en toda su
necesidad, unido al Salvador en toda la plenitud de su gracia; el pecador en su
miserable necesidad, y el Salvador en su poder omnipotente, unidos directamente
en el evangelio. ¡Tal realidad es la gloria de las buenas nuevas de Dios para
los pecadores¡
b)
En segundo lugar, el remedio de Dios para el pecado está centrado en la cruz
sobre la cual Jesucristo murió. Cuando vamos a las Escrituras hallamos que el
remedio divino está centrado de manera exclusiva en la cruz de Jesucristo.
Cuando Juan el Bautista señala a Jesús haciendo uso de la imagen del Antiguo
Testamento del cordero sacrificial, él dice: “He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Jesús mismo dijo: “El Hijo del Hombre
no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos” (Mateo 20: 28).
La
verdadera predicación del evangelio está tan centrada en la cruz que Pablo le
llama la palabra o mensaje de la cruz. La predicación de la cruz es “locura a
los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de
Dios” (1Corintios 1:18). Cuando Pablo fue a Corinto—un centro de
intelectualismo y filosofía griega pagana—él no siguió sus patrones prescritos
de retórica, sino que dijo que se había propuesto “no saber entre vosotros cosa
alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2).
No
se debe pensar de la cruz como una idea abstracta o un símbolo religioso; el
significado de la cruz es lo que Dios declara que significa. La cruz fue el
lugar en el que Dios, por imputación, apiló los pecados de su pueblo sobre su
Hijo. En la cruz la maldición fue cargada sustitutivamente. Usando el lenguaje
del apóstol Pablo: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por
nosotros maldición” (Gálatas 3: 13), y “Al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2
Corintios 5: 21).
La
cruz no es un símbolo nebuloso e indefinible de amor desprendido; por el
contrario, la cruz es el despliegue monumental de cómo Dios puede ser justo y
aún perdonar pecadores culpables. Dios, habiendo imputado los pecados de su
pueblo a Cristo en la cruz, pronuncia juicio sobre su Hijo como el
representante de su pueblo. Allí en la cruz, Dios derrama las copas de su ira
sin misericordia hasta que su Hijo clama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?” (Salmo 22:1; Mateo 27: 46).
En
el Calvario, Dios está mostrando en el mundo visible lo que está ocurriendo en
el mundo invisible y espiritual. El cubre los cielos con oscuridad total para
dar a conocer a toda la humanidad que está sumergiendo a su Hijo en las
tinieblas de afuera, en el infierno que tus pecados y los míos merecen. Jesús
queda suspendido en la cruz con la postura de un criminal culpable; la sociedad
sólo tiene un veredicto para él: “Fuera con éste”—“Crucifícale”—“Entréguenle a
la muerte”—y Dios no interviene. Dios está demostrando en el teatro de lo que
los hombres pueden ver, lo que El está haciendo en el reino de lo que no pueden
ver. El está tratando a su Hijo como un criminal. Está haciendo a su Hijo
sentir en las profundidades de su alma toda la furia de la ira que estaba
dirigida a nosotros.
c)
En tercer lugar, el remedio de Dios para el pecado es adecuado para todos los
hombres, y se ofrece a todos los hombres sin discriminación. Antes de nosotros
tener conciencia alguna de nuestro pecado, es muy fácil pensar que Dios puede
perdonar pecadores. Pero cuando tú y yo comenzamos a tener idea de todo lo que
el pecado es, nuestros pensamientos cambian. Nos vemos a nosotros mismos como
pequeños gusanos del polvo, criaturas cuya vida y aliento mismo, están
sostenidos en las manos de Dios, en quien “vivimos, y nos movemos, y somos”
(Hechos 17:28).
Empezamos
a tomar en serio el que nos atrevimos a desafiar al Dios que encerró a ángeles
en tinieblas eternas cuando se rebelaron contra El. Confesamos que este Dios
santo ve las efusiones de nuestros corazones humanos horribles y corruptos.
Entonces decimos: “Oh Dios, ¿cómo puedes Tú ser algo más que justo? Si me das
lo que mis pecados merecen, ¡no hay para mí otra cosa que ira y juicio! ¿Cómo
puedes perdonarme y seguir siendo justo?¿Cómo puedes ser un Dios de justicia y
hacer otra cosa que no sea confinarme a castigo eterno con esos ángeles que se
rebelaron?”
Cuando
empezamos a sentir la realidad de nuestro pecado, el perdón se convierte en el
problema más difícil con el cual nuestra mente ha tenido que luchar. Es
entonces que necesitamos conocer que en una persona, y tal persona crucificada,
Dios ha provisto el remedio adecuado para todos los hombres, el cual es
ofrecido a todos los hombres sin discriminación.
Si
fueran dadas condiciones para la disponibilidad de Cristo entonces diríamos:
“Seguramente yo no satisfago tales condiciones; de seguro que no califico.” La
maravilla de la provisión de Dios es que viene con estos términos y sin trabas:
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid,
comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche (Isaías
55:1); “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
¡Contempla
la belleza de la libre oferta de misericordia en Jesucristo! No necesitamos que
Dios venga de los cielos y nos diga que nosotros, por nombre, tenemos libertad
de venir; tenemos una oferta de misericordia libre de trabas en las palabras de
su propio Hijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os
haré descansar” (Mateo 11:28).
3) Un cristiano bíblico es
aquel que se ha conformado de todo corazón a las condiciones para obtener la
provisión de Dios para el pecado.
Las
condiciones divinas son dos: arrepiéntete y cree. Acerca de los inicios del
ministerio de Jesús encontramos lo siguiente: “Después que Juan fue
encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios,
diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:14-15). Después de su
resurrección, Jesús le dijo a sus discípulos “que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde
Jerusalén” (Lucas 24: 47). El apóstol Pablo testificó “a judíos y a gentiles
acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor
Jesucristo” (Hechos 20:21).
¿Cuáles
son las condiciones divinas para obtener la provisión divina? Debemos
arrepentirnos y debemos creer. Aunque sea necesario discutir éstos como
conceptos separados, no debemos pensar que el arrepentimiento está siempre
divorciado de la fe o que la fe está siempre divorciada del arrepentimiento. La
verdadera fe está permeada de arrepentimiento, y el verdadero arrepentimiento
está permeado de fe. Los dos están interconectados entre sí de tal manera que,
donde quiera que haya una verdadera apropiación de la provisión divina,
hallarás un penitente con fe y un creyente arrepentido.
¿Qué
es el arrepentimiento? La definición del Catecismo Menor de Westminster es
excelente: “El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora, por la cual
un pecador, con un verdadero sentimiento de su pecado, y comprendiendo la
misericordia de Dios en Cristo, con dolor y aborrecimiento de su pecado, se
aparta del mismo para ir a Dios, con pleno propósito y esfuerzo para una nueva
obediencia.”
El
arrepentimiento es el hijo pródigo volviendo en sí en un país lejano. En lugar
de permanecer en casa bajo el gobierno de su padre, le pidió tempranamente su
herencia a su padre y se fue a un país lejano, donde ésta fue desperdiciada.
Reducido a la miseria por sus pecados, volvió en sí y dijo: “¡Cuántos jornaleros
en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me
levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus
jornaleros” (Lucas 15:17-19).
Cuando
el hijo pródigo reconoció su pecado, él no se sentó y pensó sobre el asunto, ni
escribió una poesía sobre ello o envió telegramas a su padre. La Escritura dice
que “levantándose, vino a su padre” (v.20). Dejó a aquellos compañeros que
fueron sus amigos en el pecado; aborreció todo lo que perteneció a ese estilo
de vida y le volvió la espalda. ¿Y qué le atrajo de nuevo a casa? Fue la
confianza en que había un padre misericordioso con un gran corazón y con un
gobierno justo para su hogar feliz y amoroso. El no escribió diciendo: “Padre,
las cosas se me están poniendo difíciles aquí; mi conciencia me está atacando
por las noches. ¿Por qué no me envías dinero para ayudarme o vienes a visitarme
para hacerme sentir bien?” ¡De ninguna manera! El no necesitaba simplemente
sentirse bien; necesitaba él mismo venir a ser bueno. Por ello dejó aquel país
lejano.
Fue
una bella pincelada en el cuadro de nuestro Señor cuando El dijo: “Y cuando aún
estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó
sobre su cuello, y le besó” (v.20). El hijo pródigo no vino orgulloso hacia su
padre, hablando acerca del tomar la decisión de regresar a casa.
Hoy
nos encontramos con la idea de que las personas pueden “pasar al frente”, hacer
una pequeña oración y hacerle un favor a Dios tomando una decisión. Esto no
tiene nada que ver con la verdadera conversión. El verdadero arrepentimiento
involucra el reconocimiento de que he pecado contra el Dios del cielo, Aquel
que es grande y misericordioso, santo y amoroso, y que no soy digno se ser
llamado su hijo. No obstante, en el momento en que estoy preparado para dejar
mi pecado y darle la espalda, dispuesto a regresar humildemente, preguntándome
si habrá alguna misericordia para mí, entonces, ¡maravilla de maravillas!—el
Padre me encuentra, me echa sus brazos de amor reconciliador y misericordia. Y
aclaro, esto lo hace no de una manera sentimental, sino que El cubre a los
pecadores penitentes con amor perdonador y redentor.
Pero
el padre no echó sus brazos alrededor del cuello del hijo pródigo cuando éste
todavía estaba atendiendo cerdos y en los brazos de rameras. ¿ Estoy
hablando a algunos cuyos corazones están casados con el mundo y que aman los
caminos del mundo? Quizás tú muestras quién eres en realidad con tu vida
personal, o en tu relación con tus padres, o en tu vida social, en la cual
tomas tan ligeramente la santidad del cuerpo.
Quizás
algunos de ustedes están involucrados en fornicación, o en tocarse los unos a
los otros, o en mirar aquello en la televisión y en el cine que alimenta sus
pasiones, y sin embargo invocan el nombre de Cristo. Vives con un hato de
cerdos y luego el domingo vas a la casa de Dios. ¡Qué vergüenza! Deja la
hacienda de los cerdos y tus guaridas de pecado. Abandona tus prácticas y hábitos
de indulgencia carnal. El arrepentimiento es estar lo suficientemente dolido
como para dejar tu pecado. Nunca conocerás la misericordia perdonadora de Dios
mientras estés casado a tus pecados.
El
arrepentimiento es el divorcio del alma del pecado, pero siempre estará unido a
la fe. ¿Qué es la fe? La fe es echar el alma sobre Cristo tal y como El es
ofrecido en el evangelio. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen
en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). La fe
es comparada con el beber de Cristo, porque en mi sed del alma yo bebo de El.
La fe es comparada con el mirar a Cristo, el seguir a Cristo y el huir a
Cristo. La Biblia usa muchas analogías, y el resumen de todas ellas es éste: en
la miseria de mi necesidad me lanzo sobre el Salvador, confiando en El para que
sea todo lo que ha prometido ser a pecadores necesitados.
La
fe no lleva nada a Cristo, sino sólo una mano vacía que toma a Cristo y todo lo
que hay en El. ¿Qué hay en Cristo? ¡Pleno perdón de todos mis pecados! Su
obediencia perfecta es puesta a mi cuenta. Su muerte es tomada como la mía. En
El se encuentra el don del Espíritu. La adopción, la santificación y finalmente
la glorificación están todas en El; y la fe, al tomar a Cristo, recibe todo lo que
está en El. “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido
hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1
Corintios 1:30).
¿Qué
es un cristiano bíblico? Un cristiano bíblico es aquel que ha obedecido de todo
corazón las condiciones para obtener la provisión divina para el pecado. Esas
condiciones son el arrepentimiento y la fe. Me gusta pensar en ellas como la
bisagra sobre la que se mueve la puerta de la salvación. La bisagra tiene dos
placas, una está atornillada a la puerta, y la otra lo está al marco de la
puerta. Estas están unidas entre sí por un perno, y sobre esta bisagra la
puerta gira. Cristo es la puerta, pero ninguno entra a través de El si no se
arrepiente y cree.
No
hay bisagra hecha exclusivamente de arrepentimiento. El arrepentimiento que no
está unido a la fe es un arrepentimiento legalista. Termina en ti mismo y tu
pecado. De la misma manera, no hay verdadera bisagra hecha exclusivamente de
fe. Una fe confesada que no esté unida al arrepentimiento es una fe espuria,
porque la verdadera fe es una fe en Cristo para salvarme no en le pecado, sino
del pecado. El arrepentimiento y la fe son inseparables, y “si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3). Se nombra a los
incrédulos entre aquellos que “tendrán su parte en el lago que arde con fuego y
azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).
4) Un cristiano bíblico es
una persona que manifiesta en su vida que sus declaraciones de arrepentimiento
y fe son reales
Pablo
predicó que los hombre debían arrepentirse y volverse a Dios haciendo obras
dignas de arrepentimiento (Hechos 26:20). Dios se propuso que haya tales obras:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues
es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura
suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2: 8-10).
Pablo
dice en Gálatas que la fe obra a través del amor. Donde haya verdadera fe en
Cristo, el amor genuino a Cristo será implantado. Y donde haya amor a Cristo,
allí habrá obediencia a Cristo. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda,
ése es el que me ama... El que no me ama, no guarda mis palabras” (Juan
14:21-24). Somos salvos confiando en Cristo, no por amarle y obedecerle; pero
una confianza que no produzca amor y obediencia no es verdadera fe salvadora.
La
verdadera fe obra por el amor, y lo que el amor produce no es la habilidad de
sentarse en una noche estrellada y escribir poesía acerca de lo excitante de
ser un cristiano. La fe verdadera trabaja moviéndote a regresar a tu hogar y a
obedecer a tus padres, guiándote a amar a tu cónyuge y a los hijos como la
Biblia te dice que lo hagas, a regresar a tu escuela o trabajo adoptando una
actitud firme por la verdad y la justicia en contra de toda la presión de tus
compañeros.
La
fe verdadera te hace estar dispuesto a ser tomado como un tonto o
loco—dispuesto a ser considerado anticuado o fuera de moda—porque crees que hay
criterios morales y éticos que son eternos e inmutables. Estás dispuesto a
creer en la castidad y la santidad de la vida humana, y a permanecer firme
contra el sexo prematrimonial y el asesinato de los bebés en el vientre de sus
madres. Porque Jesús dijo: “el que se avergonzare de mí y de mis palabras en
esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también
de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos
8:38).
¿Qué
es un cristiano bíblico? No es uno que simplemente dice: “Oh, sí, yo sé que soy
pecador, con un expediente y un corazón malos. Sé que la provisión de Dios para
los pecadores se halla en Cristo y en su cruz, y que es adecuado y ofrecido
libremente a todos. Yo sé que viene a todos los que se arrepienten y creen.”
Eso no es suficiente.
¿Te
has TU arrepentido y creído? Y si profesas arrepentimiento y fe, ¿puedes hacer
que esa profesión sea comprobada—por una vida de propósito y esfuerzo para la
obediencia a Jesucristo?
“No
todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7: 21). En
Hebreos 5:9 leemos: “Vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le
obedecen.” 1 Juan 2:4 declara: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus
mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él.”
¿Puedes
hacer que tu pretensión de ser cristiano se compruebe con la Biblia?
¿Manifiesta tu vida los frutos del arrepentimiento y la fe? ¿Posees una vida de
unión a Cristo, obediencia a Cristo y confesión de Cristo? ¿Está tu conducta
marcada por adherencia a los caminos de Cristo? No de manera perfecta—¡no! Cada
día debes orar: “Perdóname mis transgresiones, como perdono a aquellos que
pecan contra mí.” Pero al mismo tiempo puedes también orar: “Porque para mí el
vivir el Cristo” o, en las palabras del himno:
Jesús, mi cruz he tomado
Para dejarlo todo y seguirte a ti
Un
verdadero cristiano sigue a Jesús. ¿Cuántos de nosotros somos cristianos
bíblicos y verdaderos? Te dejo a ti que respondas en las recámaras profundas de
tu propia mente y corazón.
Pero
recuerda, responde con aquella respuesta con la que estarás dispuesto a vivir
por toda la eternidad. No te conformes con ninguna otra respuesta que no sea
aquella que te hallará confortable en la muerte, y seguro en el día del juicio.
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