Cuando las Iglesias Crean su Propia Agenda

por Víctor B. García  

Necesitamos iglesias bíblicamente sólidas y puras. La vida 
cristiana sin ellas es una vida sin columna, sujeta al fracaso,  
es como querer nadar en una piscina sin agua.

Procusto tenía una casa en las montañas donde recibía a los viajeros solitarios brindándoles hospitalidad, alimento y una cama ajustada a su tamaño para pasar la noche.  Pero esa hospitalidad era peligrosa.  Cuando el cansado viajero se acostaba, Procusto lo amarraba y comenzaba a ajustarlo al tamaño de la cama según fuese necesario; si era alto le amputaba los pies, si era pequeño lo estiraba horriblemente.  Posteriormente les quitaba la vida y los devoraba. La cama de Procusto era la cama de la muerte.     

Esto es mitología griega y Procusto quizás nunca existió, pero su método para ajustar sus victimas a la medida de su cama sigue vigente.  Esto se ve en las iglesias que parecen estar amarradas a una cama de Procusto donde sus agendas son recortadas o estiradas según las exigencia de la cultura, de sus frívolos feligreses o de los inventos de sus líderes.  

La ansiedad por formar iglesias exitosas y populares hace a muchos actuar como Procusto con tal de lograr su propósito.  Pareciera que ellos piensan que la solidez bíblica se mide por los números, la solvencia financiera o el prestigio institucional.  Ciertamente, el crecimiento, el evangelismo y el liderazgo son vitales pero de nada sirven si son motivados por una sutil agenda humana.  La visión, la teología y la oración son indispensables pero  honran a Dios sólo si se someten a la medida de la Escritura.

No importa cuán impresionante sea una iglesia, un líder, un método o una experiencia; esto no tienen ningún valor cuando se violan las normas de la Escritura.  Nada ni nadie está por encima de la autoridad y la suficiencia de la Biblia.  “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías. 8.20).

La realidad de nuestros días es que las iglesias bíblicamente sólidas escasean, no por falta de música, programas o asistentes sino por su abandono de la agenda bíblica.  Y esto no es porque la agenda sea oscura y difícil de entender; al contrario, es muy clara.  1 Timoteo 3.15 la delinea breve y tersamente en cuatro declaraciones a las que toda congregación que busca verdadera solidez bíblica debe ajustarse: 1) La iglesia es casa de Dios, 2) la iglesia es la iglesia del Dios Viviente 3) la iglesia es columna (sostén) de la verdad, 4) La iglesia es baluarte (defensa) de la verdad.  

Visto desde otra perspectiva podemos expresar estas cuatro verdades diciendo que una iglesia bíblicamente sólida no es casa de hombres, no es la iglesia de un ‘dios’ creado por la cultura popular, no es columna para sostener causas y proyectos humanos, ni es trinchera para defender razonamientos persuasivos y vanas sutilezas.  La implementación practica y fiel de estas verdades tiene grandes implicaciones.  Veamos:    

1. La iglesia es Casa de Dios no de Hombres
Dios llama a la iglesia su morada, y su familia.  La llama su morada porque Él vive en cada uno de los suyos y ha prometido habitar con ellos y entre ellos cuando estos se congregan como iglesia.  Pablo habla de esto abundantemente: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?... (1 Cor. 3.17).  “El templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es…” (2 Cor. 6.16,).  “Vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2. 19).

La presencia de Dios está garantizada a su pueblo por ‘Emmanuel, Dios con nosotros’, el Verbo hecho carne quien promete a su pueblo “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).

Si queremos estar donde Dios habita, debemos ser parte de la iglesia, respetarla, asistir a sus cultos y comprometernos unos con otros en ella.  Nuestra relación con Dios depende en gran medida de cómo nos relacionamos con la iglesia la cual Él edifica con sus propias manos.  1 Pedro 2.5 dice: “Vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.” 

Ciertamente los que componemos la iglesia somos hombres y mujeres, pero el centro es Dios no el hombre. Él es el edificador de su iglesia, el que la gobierna y a quien pertenecen todo el mérito, atención y obediencia. 

Pero la iglesia no solo es morada sino también familia de Dios. Los miembros de una iglesia ordenada bíblicamente son una verdadera familia pues son sus hijos y Él es su Padre (Rom 8.15-17).  Dios ha establecido que en su familia haya orden y regulaciones, y sus hijos se someten a ese orden.  Si en nuestras casas privadas debe haber orden, ¡cuánto más en la familia de Dios! 

Todo aquel que considera a Dios su Padre manifestará la legitimidad de su pertenencia a la familia por su deseo de involucrarse gozosa y seriamente con sus hermanos.  ¿Se puede tener a Dios por Padre y rehusar, desatenderse o abusar de su familia?  No! Sin embargo, muchos lo hacen; algunos no consideran la iglesia indispensable, otros son negligentes en su compromiso con ella, otros la rebajan al nivel de un centro de mejoramiento terapéutico y otros la ultrajan usándola para engrandecerse a si mismos.  Quienes así lo hagan tendrán que dar cuenta un día al padre de familia (Mt. 24.45-51).

2. La Iglesia es del Dios Viviente no de un ‘dios’ creado por la Cultura Popular
Dios no es un concepto cultural y maleable.  Él está inmutablemente presente en ella.  Está presente en Emmanuel su Hijo, “Dios con nosotros” (Mat. 1.23); está presente por su Espíritu de quien Cristo dijo: “Yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).  Así Él cumple la promesa de su pacto: “Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6:16).

El Dios de la iglesia es el eterno Dios de la Biblia; es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.  Es un Dios de amor que ama a su pueblo pero a la vez es fuego consumidor que devora a sus adversarios.  Es un Dios de gracia que salva pero también es Dios de justicia y santidad que condena.  Él muestra las riquezas de su gloria en sus vasos de misericordia que Él preparó de antemano  y demuestra su ira y su poder en los vasos de ira preparados para destrucción (Rom. 9.22-23).  El es un Dios absolutamente soberano que hace todas las cosas según su beneplácito que se propone en si mismo (Ef. 1.5, 9, 11).  Él dice: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí… no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo” (Isaías 45:5-6).  Él responde a los opositores de su soberanía: “¿quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?  ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Romanos 9:20-21).

El Dios de la iglesia es el Dios trino. Dios Padre ha amado a sus elegidos desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1.4-5) y dio a su Hijo por ellos (Jn. 4.14).  Él ha creado la iglesia para su gloria, “para que la multiforme sabiduría de Dios sea dada a conocer por ella a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Ef. 3.10).  Dios Hijo amó a la iglesia y se entregó a si mismo por ella (Ef. 5.25, Tito 2.14); Él es el pastor que dio su vida por las ovejas, la cabeza y el esposo que ha prometido estar dondequiera que ella se reúne o predique su Palabra (Mat. 18.20, Mat. 28.19).  En la Santa Cena la iglesia conmemora la muerte de su Salvador (1 Cor. 11.23-2). Dios Espíritu Santo confirma el origen divino de la iglesia con su poder sobrenatural que regenera a sus miembros, da poder a cada uno para mortificar el pecado, vive en ellos, les revela la Escritura que Él mismo inspiró, promueve la unidad y la paz espiritual entre ellos, les da dones y les garantiza la glorificación. 

Muchas iglesias, usando el método de 'la cama de Procusto’ ajustan la imagen bíblica de Dios a la mentalidad de la cultura consumista, autocomplaciente y profana de nuestros días que no tolera la soberanía, la justicia, la santidad y la ley del Dios Vivo.  De esta manera caen en una sutil idolatría 'evangélica'  A esto se refiere Pablo en 2 Timoteo 4:3-4 cuando dice: “vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.”  Hay severas advertencias para los que creando un ‘dios’ a la medida de las presiones culturales se apartan incredulamente del Dios vivo. 
      
La iglesia del Dios Viviente es una iglesia consciente de que el mandamiento: “no te harás imagen ni ninguna semejanza…” no solo prohíbe las imágenes de bulto sino también las imaginaciones y conceptos mundanos y sentimentales de Dios así como los inventos y caprichos en la adoración. 

3.  La iglesia es columna (sostén) de la verdad no de proyectos humanos
La verdad no prevalecería sin la columna que es la iglesia.  Si la iglesia desapareciera, la verdad caería y el mundo quedaría sin esperanza. Pero la iglesia no desaparecerá pues Cristo ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mat. 16.18, 1 Pedro 1.25, Ef. 3.21).  La iglesia es columna en varias formas: 
  • Dios preserva su verdad en ella y a través de ella (1 Tim. 4.16; 6.13-14).  El inspiró sobrenaturalmente a sus profetas y sus apóstoles para entregar las Escrituras, y a su pueblo le da el Espíritu para que la comprenda, la ame y la predique fielmente. 
  • La iglesia proclama el Evangelio y administra la verdad y los medios de gracia: No hay otra institución en la tierra llamada y capacitada para pregonar el evangelio, el medio de Dios para regenerar a los pecadores (Rom. 10.17).  Sólo la iglesia ama la verdad la cual administra y preserva a través de sus miembros quienes se alimentan y fortalecen con los medios de gracia de los que participan cuando se congregan.  Por eso la iglesia es llamada la madre de los creyentes (Gal. 4.26). 
  • En ella se inicia y sanciona el evangelismo y a los predicadores (Hech. 13.3).  Es en la iglesia donde nacen, se forman y de donde salen los predicadores ungidos de Dios para pregonar su verdad. 
  • Ella preserva y protege la comunión y la santidad de los hijos de Dios  Por eso tiene autoridad para juzgar y disciplinar espiritualmente a sus miembros (Mat. 18.17-18; 1 Cor. 5.2; 2 Tes. 3.6-15).
 La función de la iglesia es espiritualmente indispensable.  Cuando la iglesia no ocupa el lugar que le corresponde, tanto la verdad como la vida del pueblo de Dios peligran.  Sin iglesias sanas y solidas la verdad es malinterpretada, comprometida o ignorada.  La verdad no procede de la iglesia, pero ella le da estabilidad y permanencia.

La iglesia tiene que ver con los intereses de Dios no de los hombres.  Aquí no hay lugar para proyectos o imperios humanos; aquí no debe haber jefes, estrellas, artistas, políticos, tiranos, ni hombres que merezcan veneración.  Las causas y ambiciones sociales, políticas, financieras, artísticas, religiosas o personales no tienen absolutamente ningún lugar preponderante en ella.  Todo lo que se hace es con el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, con humildad, espíritu de servicio, modestia y enfoque en la eternidad.     

A pesar de esto hay muchos que hacen mercadería con la verdad.  A estos se refiere Romanos 16:18 diciendo: “tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos."  Pablo advierte al respecto: “por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal"  (Filipenses 3:18-19).  Ezequiel tiene una palabra para estos: “¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños?” (34:2).   

4. La iglesia es baluarte (defensa) de la verdad, no trinchera para razonamientos persuasivos y vanas sutilezas   
La iglesia como columna sostiene la estructura de la verdad, pero como baluarte la defiende contra el error y los ataques de sus enemigos.  No es una simple institución social u organización estratégica; es una trinchera, un cuartel militar, un ejército de guerreros que pelean contra el pecado, el error, el mundo y la carnalidad remanente de nuestro corazón.  La iglesia no tiene lucha contra sangre y carne sino contra principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra malicias espirituales.  Por eso ella pelea con la oración, con la Biblia, con el testimonio santo de sus miembros, con el poder del Espíritu y con Jesucristo como su supremo comandante.  Pablo dijo: “Pelea la buena batalla de la fe” (1 Tim. 6.12); Judas nos exhorta a contender, “eficazmente por la fe una vez dada a los santos” (Jud. 3). 

La promesa de Dios de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia nos da confianza y aliento para no desmayar en esta batalla sin tregua.  Las organizaciones humanas no permanecen, pero la iglesia sí porque no es una institución humana, y Dios la defiende porque a través de ella Él defiende su verdad. 

De modo que todas las sutilezas, filosofías huecas, doctrinas de hombres, herejías e ideas desviadas serán desechadas, y sus promotores y seguidores serán avergonzados.  Aquellos lobos rapaces que entran en medio del rebaño para hablar cosas perversas, los falsos maestros que vanamente hinchados por su mente carnal no se asen a la Cabeza sino que siguen a espíritus engañadores y doctrinas de demonios serán juzgados y hallados faltos.  “Jehová defenderá al morador de Jerusalén; el que entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios, como el ángel de Jehová delante de ellos” (Zacarías 12:8).

Usemos nuestras energías en una iglesia local, fiel a 1 Timoteo 3.15 y a todo el consejo de Dios, que sea una familia ordenada, centrada en Dios, pregonando al Dios de la Biblia y promoviendo su causa y su verdad sin agendas ocultas de hombres.   

No debemos acomodarnos a iglesias amarradas a 'la cama de Procusto', iglesias donde la verdad es reducida o alargada para propósitos humanos pues al final nada aun los beneficios y el bienestar que se consigan serán engañosos.  Alejemos de los ministros que se ponen a jugar el papel de Procusto alargando o acortando las medidas que Dios ha establecido para la iglesia y cambiando la agenda establecida divinamente por las suyas propias.   

Necesitamos iglesias sólidas y puras.  La vida cristiana sin ellas es una vida sin columna, sujeta al fracaso; es como querer nadar en una piscina sin agua.  ¡Que Dios nos de iglesias así!  

"No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad" (3 Juan 1:4). 
"Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre" (Hechos 20:28).

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