La Vieja Historia del Rechazo a Dios y a Su Providencia

Victor B. García

Los paganos e incrédulos nunca han creído que haya un Dios de providencia que lo gobierna todo con sabiduría, poder y gracia. Ellos tienden a pensar que sino pueden comprender algo es porque no existe o existe sólo de acuerdo a su percepción y teorías. 

Esta actitud es común a todos los conceptos paganos que han existido: el ateísmo (la negación de Dios), el politeísmo (la adoración a múltiples dioses), el agnosticismo (la idea de que es imposible conocer a Dios), el panteísmo (la noción de que todo en la naturaleza es dios) y el deísmo (la idea de que Dios es indiferente a su creación).

Dos ejemplos de la filosofía de los paganos sobre la providencia de Dios son la filosofía de Aristóteles y la de los Epicúreos. Aristóteles, el príncipe de los filósofos griegos, vivió 300 años antes de Cristo. A pesar de su brillante lógica, la única explicación que pudo dar del origen del mundo fue un principio que él llamó “el motor primero,” que para él era Dios, un ente que no podía pensar en otra cosa más que en sí mismo por que era demasiado perfecto para ocuparse de su creación. Un Dios ajeno a su creación.

Por su parte, los Epicúreos, un movimiento filosófico griego fundado antes de Cristo, reconocía la existencia de un Dios pero lo excluía de los asuntos del mundo diciendo que si Él tuviera que gobernar su creación seria infeliz pues el trabajo de gobernar lo mantendría turbado. Para ellos la creación y los hombres eran gobernados por fuerzas mecánicas naturales.

Todas estas ideas son viejas; sin embargo, son esencialmente las mismas que muchos científicos y filósofos modernos sostienen hoy día, provocando el mismo efecto pernicioso de hacer que la gente vea a Dios como un ser ajeno o inexistente sin importancia para la vida practica.

El siglo 20 fue una época fértil para los infieles. El Francés Jean Paul-Sartre, por ejemplo, fue un influyente pregonero del rechazo a Dios y su providencia. Él insistía en que aunque Dios existiera sería necesario rechazarlo porque la idea de Dios le roba al hombre su libertad. Otro fue Alberto Camus, también de Francia, quien proponía lo que él llamaba “ateismo heroico” que consistía desafiar con arrogancia a Dios y volcar todo el amor y la preocupación de que uno es capaz sobre la humanidad, olvidándose de Dios.

Lamentablemente, la gran mayoría de los hombres de ciencia modernos se han alimentado con estas ideas y muchas de las más influyentes teorías científicas de nuestra época están fundamentadas en ellas, aunque digan basarse en hechos concretos. Una de estas teorías es la evolución que considera al hombre un animal que ha avanzado como producto de leyes naturales ciegas, y millones de años de casualidades. Otra es la teoría del Big-Bang que explica la creación del universo como producto de un accidente cósmico provocado por fuerzas naturales sin propósito. En todo esto Dios está ausente, y las presuposiciones filosóficas de los científicos nunca permitirían que Él fuera una posibilidad en la creación y gobierno de la creación.

Supuestamente, la controversia entre la ciencia, la filosofía y Dios es un asunto del intelecto, pero en realidad es un asunto moral y espiritual. Uno de los filósofos paganos más celebres, el gran orador Romano Cicerón, quien vivió cien años antes de Cristo, confirma esto cuando, contradiciendo la providencia de Dios, argumenta:

Si en verdad Dios gobierna su creación nos encontramos
bajo el ojo curioso de un vigilante eterno y debemos estar
temerosos día y noche. ¿Quién no estará atemorizado de
un espía infiltrado, de un Dios que lo provee, lo planea y
lo observa todo por que considera que todo le concierne?

Los paganos – antiguos y contemporáneos – se dan cuenta que si reconocen la providencia, esto les hace responsables ante el tribunal supremo de un Dios justo que registra todas sus obras, palabras, pensamientos e intenciones, y esto es para ellos un yugo imposible de soportar.

Este rechazo es antiquísimo. Lo vemos por primera vez cuando Adán al oír la voz de Dios se escondió de Él por que le tuvo miedo, un miedo que después se volvió hostilidad. De allí en adelante todos los que han rechazado la gracia de Dios, desde Caín, los Antidiluvianos, Nimrod, los de Babel, hasta los más celebrados pensadores contemporáneos también han negado su providencia.

De manera que la razón por la cual nuestra generación rechaza e ignora la Providencia de Dios es la misma por la cual lo hizo Caín, Nimrod, Aristóteles, Cicerón, Sartre, Camus, Darwin, Freud, Marx, Nietzche y todos los incrédulos de la historia y del presente, ya sean de barrio o de universidad. Y ésta razón es que ellos han escogido voluntariamente ignorar el testimonio de la creación, el de sus conciencias y el de la revelación del Dios verdadero.

Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a
Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en
sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido,
profesando ser sabios, se hicieron necios.” (Rom. 1.21-22).

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