El Origen Histórico del Calvinismo y el Arminianismo

Alrededor del año 405 después de Cristo, Pelagio, un predicador británico, reaccionó con rechazo y disgusto al leer en el libro las “Confesiones” de Agustín de Hipona la siguiente oración: “Dame lo que pides, y pide lo que quieras.” 

Para Pelagio esta oración confirmaba la enseñanza de Agustín de que el hombre no tenia libre albedrío, la cual él despreciaba intensamente por que, según él, hacía de los hombres marionetas sin responsabilidad ni capacidad moral. A Pelagio le parecía inaceptable que para cumplir los mandamientos fuese necesaria la gracia de Dios pues estaba seguro que Dios no pedía nada que no pudiésemos lograr con nuestros propios recursos. Su convicción era que cuando Dios pide que hagamos algo es porque podemos hacerlo sin su ayuda pues Él no nos puede hacer responsables de obedecer su ley si no tenemos la habilidad moral para obedecerla.

En realidad, las ideas de Pelagio no eran originales. Cualquier persona educada bajo la influencia de los griegos creía más o menos lo mismo que él decía, es decir, que el hombre tiene la libertad absoluta de decidir lo que quiere o no quiere hacer pues como ser racional su esencia es la autonomía. La diferencia entre Pelagio y sus contemporáneos era que éste expresó estas ideas desde una perspectiva cristiana, y siendo un hombre educado, devoto, elocuente y celoso de sus convicciones las articuló con más claridad que cualquier otro. Sobre todo, que lo hizo en su controversia contra Agustín. Afortunadamente, Agustín resultó ser un hombre más competente y devoto que Pelagio, y sobre todo, fundamentado en las Escrituras no en la mentalidad griega.

Aquella controversia dejó una gran huella en la historia del cristianismo y lo dividió en dos bandos. Por un lado estaban los que interpretan la salvación poniendo al hombre como el factor central, y por el otro, los que la interpretan poniendo a Dios en el centro. Pelagio y sus seguidores siempre pensaron que la lógica y los derechos del hombre tenían que prevalecer, y por ello fueron rechazados por la iglesia. Sin embargo, esas ideas nunca desaparecieron del escenario teológico y filosófico. 
Por ejemplo, el pensamiento de los influyentes filósofos anti-cristianos de la era conocida como el Periodo de la Ilustración, en el siglo 18 (Descartes, Kant, Voltaire, Russeau) no era sino una forma de Pelagianismo. Estos filósofos, igual que Pelagio, negaban la pecaminosidad del hombre y proclamaban su bondad innata. Y esa ha sido siempre la tendencia del pensamiento carnal, tal como la Biblia lo dice:
Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne;
pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu…
por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios;
porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden(Romanos 8:5, 7)

En los siglos 16 y 17 el Pelagianismo volvió a cobrar relevancia teológica, solo que esta vez con una nueva apariencia y con más moderación a través de Jacobo Arminio (1559-1609) quien entró en controversia con las doctrinas de la predestinación, el pecado y la soberanía de Dios que enseñaban los reformadores. Esta controversia fue mantenida vigente después de la muerte de Arminio por sus seguidores, conocidos como “Los Antagonistas” quienes emitieron un documento de cinco puntos contradiciendo la pecaminosidad absoluta del hombre, la elección incondicional y la soberanía de Dios en la salvación.

Los “antagonistas” no predicaban exactamente los extremos de Pelagio, pero seguían su misma corriente. En realidad, su teología, no era más que una versión moderada del antiguo pelagianismo.

En ciertos puntos hacían eco de la Biblia y diferían de Pelagio; sin embargo, cuando elaboraban sus ideas, a pesar de su lenguaje bíblico, éstas sonaban más a Pelagio que a la Biblia. Por ejemplo, por un lado ellos afirmaban las verdades escriturales de que el hombre no se puede salvar a si mismo y que la salvación es sólo por gracia, por medio de la fe; sin embargo, por el otro lado, ellos concebían la fe como un producto de la voluntad humana y la elección como un resultado de esa fe, en otras palabras, enseñaban que el hombre es quien determina si se salva o no, y cuando se salva es por lo que él tiene en si mismo, es decir la fe humana.

La similitud de las doctrinas de los "antagonistas" con las de Pelagio no parecián muy evidentes por el hecho de que eran expresadas en términos bíblicos. Para Los antagonistas" los hombres pueden resistir o aceptar la gracia de Dios por su propia voluntad, y aun después de haber aceptado la gracia de Dios podían caer de ella si no se guardaban en fe. Ellos concebían la fe de la misma manera que Pelagio concebía las obras, es decir, como algo que los hombres son capaces de ejercitar por si mismos, sin la intervención divina, si no, preguntaban, ¿Dónde está la responsabilidad humana? ¿Dónde está la justicia divina?

Es de esta controversia de donde surgieron las etiquetas Arminianismo y Calvinismo que se usan hoy para expresar dos posiciones históricas, que al final de cuentas, no son más que la lucha entre la teología teo-céntrica (centrada en Dios) y la antropo-céntrica (centrada en el hombre). En otras palabras, entre las posiciones de Pelagio y Agustín. Por eso, el arminianismo es también conocido como semi-pelagianismo, y el calvinismo es identificado el agustinianismo (en lo que respecta a la soteriología, es decir las doctrinas de la salvación).

La controversia entre el pelagianismo/semi-pelagianismo y el agustianismo/calvinismo es en esencia una lucha entre la revelación divina y la razón humana.

Los que someten su razón a la revelación escritural no tienen problema cuando leen en la Biblia declaraciones como:
Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga
misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca.
Así que, no depende del que quiere, ni del que corre,
sino de Dios que tiene misericordia (Romanos 9:15-16)

Esto se debe a que el calvinismo sostiene una teología teo-céntrica y lógicamente a un calvinista no le turba ni le escandaliza que Dios sea el soberano autor y consumador de la salvación y de la fe.

Sin embargo, la teología arminiana, que antepone su razón a la revelación, siempre hace que sus adeptos se pregunten: “¿hay injusticia en Dios? ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” (Romanos 9:14, 19), es decir siempre están cuestionando la soberanía de Dios y reclamando la autonomía de la razón y la voluntad humana.

Por supuesto, si un cristiano prefiere satisfacer su razón más que someterse a la revelación divina, la mejor respuesta que hallará para ello es la del arminianismo pues eso dejará satisfecha los argumentos de su lógica humana a la vez que le permite usar el lenguaje de la Biblia.

Así que, como vez, el problema del arminianismo—que cuadra tan bien con el pelagianismo—es que aunque su lógica es consistente con la autonomía del hombre, es inconsistente con la Biblia.

¿significa esto que el calvinismo es ilógico e irracional? No. Significa que quien quiera entender la lógica del calvinismo tiene que quitar al hombre del centro de su vida y su teología y poner allí a Dios. Esto es algo crucial, pero para la arrogancia humana es despreciable, por eso no es popular ni atractivo. Sin embargo, es lo único que no sólo satisface la razón y le permite a uno someterse gozosamente a la revelación divina, sino que glorifica a Dios.

Si pones a Dios en el centro verás cuán lógicas son las doctrinas de la depravación total del hombre, elección incondicional, la redención particular, el llamamiento irresitible y la perseverancia eterna de los santos. En otras palabras, verás cuán lógico es que sea Dios, no el hombre quien predestina, elige, salva y preserva eternamente a sus elegidos.

Esa es la diferencia entre el calvinismo (agustinianismo) y el arminianismo (semi-pelagianismo), o para decirlo de otra manera, entre la razón humana y la revelación divina.

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