Testimonio de John Farese

John Farese vive en Florida, U.S.A. y es miembro de Emmanuel Baptist Church en Coconut Creek, FL.  Nació con atrofia muscular de la espina dorsal. Paralizado de brazos y piernas, Johnny vive confinado a una cama y usa un programa de reconocimiento de voz para operar su computadora, con lo cual puede desde leer su biblia hasta diseñar sitios de Internet. John vive una vida productiva; tiene su negocio de Internet, se interesa en una variedad de deportes y está envuelto en la tecnología y la informática.  Su página de Internet bendicemuchos alrededor del mundo. Visítelo en: www.farese.com.
----------------------------------------- 

Nací el 27 de agosto de 1956, el segundo de los 7 hijos de Vincent y Joan Farese. Mi hermano mayor, Bernie, nació con atrofia muscular en la espina dorsal, una severa enfermedad que lo imposibilitaría para caminar por toda su vida. Lo mismo me sucedió a mí y a Tina mi hermana menor. Los doctores dijeron que no viviríamos más de ocho años. Tina murió de neumonía a los cuatro.

Criado en la religión católico-romana, acepté las doctrinas de mis padres y del sacerdote de la parroquia, creyendo especialmente que para estar bien con Dios hay que obedecer los sacramentos de la iglesia.  Alguien me dijo en una ocasión que si recitaba por un año 45 oraciones diarias de un libro de oraciones, escaparía de los tormentos del purgatorio y del infierno, y al morir sería aceptado de inmediato en el cielo.  Hice todas las oraciones sin falta, pero jamás sentí que el haberlo hecho sirviera para algo. En una ocasión mi madre nos llevó a Bernie y a mí, al santuario de Lourdes, Francia para buscar sanidad de la virgen María pero cuando regresamos a casa venimos exactamente como nos fuimos.

Viví mis primeros años en las afueras de Boston, Massachussets.  Cuando tenía 15 años el negocio de mi padre nos reubicó en la Florida. Dejar a mis familiares y amigos, entre quienes disfrutaba un ambiente de seguridad, fue devastador para mí; pero en la providencia de Dios éste resultó ser el mejor movimiento de mi vida.  Habiendo sido católico desde niño, yo creía que quien no fuera católico no sería salvo. Pero a los cuatro meses de llegar a Fort Lauderdale, cuando aún sentía nostalgia por Boston, nuestro vecino invitó a mi madre y a mí a un estudio bíblico de hogar.

En la casa teníamos una enorme Biblia la cual casi nunca abríamos, de modo que me sorprendí cuando mi mamá aceptó la invitación, y más aún cuando aceptó la sugerencia de que el hijo del líder del grupo bíblico, un joven que estudiaba en un seminario bíblico, compartiera su fe cristiana con mi hermano y conmigo.  Berni y yo quedamos impresionados por lo que este joven, John Tafonia, nos dijo acerca de Jesucristo como el único Salvador.  La impresión fue tanta que hicimos “la oración del pecador.”  En el caso de Berni, esto marcó un cambio dramático. Él comenzó a orar, a estudiar la Biblia y a ir a la iglesia.  Eventualmente se inscribió en un Instituto Bíblico. Aún más notorio fue el radical cambio de su estilo de vida, el cual ahora parecía gobernado por el deseo diario de agradar a Dios.

 En mi caso, el cambio fue para peor. Yo tenía amigos cuyo estilo de vida era totalmente inmoral y me aferré a ellos dispuesto a no dejar que mi invalidez me impidiera disfrutar la vida a plenitud. Durante los próximos 12 años, las apuestas, la embriaguez, el abuso de la marihuana, las visitas semanales a clubes de mujeres desnudas y mi frecuente envolvimiento con prostitutas me proveyeron un falso medio de escape al dolor, la soledad y el vacío que sentía.

Algunos años después de que Bernie y yo tomáramos diferentes rumbos, mi hermano menor, Paul, se unió a mí en la vida de sexo y drogas, hasta que se fue a la universidad con una beca por atletismo. Durante su primer semestre, se metió en tantos problemas que estuvo a punto de ser expulsado. Pero cuando regresó a casa, dos meses más tarde, había tenido un cambio asombroso.  Al igual que Bernie, se había convertido y en seguida comenzó a insistirme que dejara mi vida disoluta y me arreglara con Dios. Yo sabía en mi corazón que él tenía razón, y le oraba a Dios con lágrimas que cambiara mi vida. Pero yo amaba lo que hacía y era incapaz de romper con mis destructivos hábitos.

Bernie me dio una Biblia, la cual yo prometí leer, pero en lugar de eso regresé a los juegos de azar, al sexo y a las drogas. Sin embargo, había una diferencia, pues comencé a sentirme mal haciendo lo que antes disfrutaba sin problema alguno. Además recordaba constantemente mis conversaciones con Paul y mi promesa a Bernie de que leería mi Biblia. Estos molestos pensamientos se hicieron tan fuertes que comencé a leer mi Biblia. En tres meses terminé de hacerlo y para entonces ya me había convertido.

Fue mientras leía el Sermón del Monte que Dios abrió mis ojos a la realidad de mi pecado, la inhabilidad de la religión para solucionarlo y mi necesidad de arrepentirme y confiar en Jesucristo como mi Salvador personal. Cuando lo hice, supe que mis pecados habían sido perdonados y que ahora era un verdadero hijo de Dios.

Como casi todo nuevo cristiano, me llené de celo, busqué el bautismo, me uní a una iglesia bíblica y hacía lo que podía para servir a otros. Recordé que Jesús dijo que “Él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20.28), y que “ningún siervo es mayor que su maestro” (Juan 13.16).  Estando confinado a una cama no veía cómo yo podría servir en algo a Dios y mi prójimo.  Sin embargo, por la gracia de Dios hoy día he podido llegar a servir de una manera más intensa y productiva de lo que jamás imaginé.

Debido a mi condición física, alguna gente me hace la antigua pregunta, “¿Cómo puede un Dios amoroso y Todopoderoso permitir que sufras así? ¿No hace Dios siempre lo correcto?” Y mi respuesta es, “¡Si, Él así lo hace!” Yo he llegado a entender que el sufrimiento es una de las maneras en que Dios demuestra su infalible amor a quienes confían en Él.  Escribiendo sobre sus duras experiencias, el salmista dice, “Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos” (Sal. 119.71 Biblia de las Américas).  Con alegría, yo repito cada una de estas palabras.  

El sufrimiento nos libra del orgullo y la auto-dependencia, y nos hace entender nuestra total dependencia de Dios. Cuando ya no tenemos a dónde acudir, excepto a Dios, podemos ver con claridad qué y quién es Él.  Día a día, descubro más de su sabiduría, amor y gracia; y hallo que el poder de Dios se perfecciona en mi debilidad; que cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Cor. 12.10).

Jesús sufrió terriblemente, física, mental y espiritualmente; pero luego vio “el fruto de la aflicción de su alma y quedó satisfecho” (Isaías 53.11).  Considero un privilegio experimentar algo de “la participación de sus padecimientos” (Fil. 3.10). Aunque vivo postrado en una cama, sin poder moverme, respirando con dificultad y padeciendo frecuentemente de dolorosas llagas, considero esto una “leve tribulación momentánea” (2 Cor. 4.17). ¡Cuán triviales serán estos sufrimientos a la luz de la bendición eterna que espera a los hijos de Dios en el mundo venidero!  El salmista escribió, “Venid y oíd todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma” (Sal. 66.16) — y yo gozosamente proclamo lo mismo. 

Escuche el testimonio de Johnny (en inglés) oprimiendo aquí

No hay comentarios:

Publicar un comentario