La Soberanía de Dios: la Amas o la Aborreces Pero Ella Permanece

Pensamientos variados de Charles Spurgeon y Arthur Pink

No hay aspecto de Dios más consolador para sus hijos que la doctrina de la soberanía. Bajo las circunstancias más adversas y en las más severas pruebas, Dios nos asegura que es su soberanía la que ordena, controla y santifica nuestras aflicciones. No hay nada por lo cual los hijos de Dios deban contender con más fervor que por la verdad de que su maestro domina la creación, que El reina sobre la obra de sus manos y que es el único que tiene derecho a sentarse en trono eterno.

Irónicamente, no hay doctrina más aborrecida por el mundo, ninguna verdad que haya sido tan pisoteado como la grandiosa, estupenda y certísima doctrina de la soberanía del infinito Dios de los ejércitos.       

Los hombres pueden tolerar la idea de que Dios creó los planetas e hizo las estrellas; pueden concebir a Dios repartiendo beneficios y distribuyendo bendiciones; pueden aceptar que El sostiene la tierra y soporta sus columnas, que enciende las lámparas del cielo y controla las olas del océano.  Pero cuando Dios se sube a su trono, sus criaturas comienzan a rechinar los dientes. Y cuando nosotros proclamamos a Dios en su trono y anunciamos que El tiene el derecho a hacer como le place con lo que le pertenece y a disponer de su creación como El lo considera correcto sin consultar con ellos, entonces se nos abuchea y se nos aborrece. 

Los hombres se tapan los oídos para no oír estas cosas porque Dios en su trono no es el Dios que ellos aman.  Ellos le aman en cualquier parte, pero no cuando El se sienta a gobernar con el cetro en su mano y la corona en su cabeza. Pero es a este Dios reinando sobre el trono al que nosotros amamos predicar.  Es este Dios, gobernando el universo desde su trono, en el que nosotros confiamos.   

La doctrina de la soberanía de Dios no es un dogma metafísico vacío de valor práctico sino una doctrina calculada para producir un efecto poderoso sobre el carácter y el caminar diario del cristiano.

Esta doctrina es la esencia de la teología cristiana, y aparte de la inspiración de las Escrituras quizá no haya otra doctrina tan importante como ella.  Es el centro de gravedad en el sistema de la verdad cristiana.  Es el sol alrededor del cual otras grandes órbitas giran.  Es el monumento dorado hacia el cual se dirigen todos los caminos del conocimiento y por el cual todos ellos resplandecen.  Es el cordón del cual todas las demás doctrinas cuelgan como perlas, sosteniéndose y adquiriendo unidad en él.  Es la regla por la cual todo otro credo deber ser medido, la balanza en la cual todo dogma humano debe ser pesado.

Esta doctrina ha sido diseñada para que sea el ancla de nuestras almas en medio de las tormentas de la vida. La doctrina de la soberanía de Dios es una brisa fresca que refresca nuestros espíritus. Dios la ha adaptado para moldear los afectos de nuestro corazón y darle una dirección correcta a la conducta.

Esta doctrina produce gratitud en la prosperidad y paciencia en la adversidad. Provee consuelo para el presente y seguridad para el futuro. Lo es todo y lo hace todo, aun mucho más de lo que hemos dicho, por que le atribuye al Dios trino la gloria que le es debida y coloca a la criatura en su lugar correspondiente ante El, es decir, en el polvo. 

Reconocemos que es muy humillante para el orgulloso corazón de las criaturas aceptar que la raza humana en las manos de Dios es como el barro en las manos de un alfarero, pero es precisamente así como la Escritura presenta las cosas.  En esta época de arrogancia, de orgullo intelectual en la que se endiosa a los hombres, es necesario insistir que el alfarero divino hace del barro lo que El quiere y saca de allí vasos para honra y vasos para deshonra, según su voluntad.  

¡Que los hombres discutan con Dios cuanto quieran!  El hecho permanece.  Ellos no son más que barro en las manos del alfarero eterno. Y sabiendo que El siempre actúa justamente con sus criaturas, pues es el Juez de toda la tierra, quien siempre hace lo recto, también aceptamos que El da forma al barro para que se cumplan sus propósitos de acuerdo a su beneplácito.  

Dios reclama y posee el derecho indiscutible de hacer como el quiere con lo que es suyo. Y ciertamente, Dios hace uso de ese derecho.

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